28 nov 2013

También hay que ser percusionistas

Si a mí me pareció ofensivo peor le parecería al percusionista al que identificaron con "aquel que tocaba los palos" en un artículo de prensa.

Según dicen los instrumentos melódicos, es decir, el violín, la flauta, el cello o el clarinete, representan los sentimientos, las emociones, y los instrumentos armónicos, piano, guitarra, tienen que ver con la inteligencia abstracta. Parecen elementales, no solo en cualquier conjunto, en el que son imprescindibles la armonía y la melodía, sino en nuestra vida cotidiana, en la que necesariamenter debería haber un poco de cabeza y un puñado de sentimientos. Sin embargo nos falta algo, el tercer vértice de un triángulo que descubre un equilibro perfecto: el ritmo.
Los instrumentos rítmicos se han relacionado estrechamente con la motricidad, la vitalidad. Se nota inmediatamente cuando en una obra hay timbales, un güiro o unas claves porque le da otro color, otro timbre completamente diferente, no mejor ni peor, pero sí más vivo; si habláramos en colores hablaríamos de un alto grado de saturación al incluir percusión a una pieza.
En nuestra vida necesitamos apoyarnos en estos tres pilares fundamentales de la música, adoptarlos como propios. Necesitamos tener las ideas claras y ordenadas, cierta inteligencia abstracta, para saber lo que queremos; necesitamos reconocer un escalofrío de emoción, valorar una lágrima y disfrutar de una risa, para saber lo que sentimos; pero también necesitamos cantar a voces en la calle y correr y correr bajo la lluvia, dar golpes con el lápiz en la mesa de clase, seguir el ritmo de la música de un bar haciendo medias sentadillas y bailar sin mucho control en cualquier sitio donde los decibelios se pasen un poco de pueblo. Necesitamos hacerlo para saber qué es cansarse, para saber que da gusto cansarse, para poner empeño en las cosas que queremos, para saber que podemos saltar en los charcos y saber que podemos caernos, pero sobre todo para saber que lo que de verdad merece la pena es levantarse y seguir saltando al ritmo de la vida.
Todos debemos llevar una flauta que nos cante qué sentimos, y sentirlo de veras, un piano, que nos descubra la relación perfecta entre dos acordes, pero lo que no puede faltarnos es un pequeño tambor que palpite como un corazón, que nunca se canse y que nos de el impulso rítmico para vivir la vida.


16 nov 2013

Cuestión de cielos

Cuando empiezan a desdibujarse los suspiros en el aire es cuando más bonitos están los cielos.

Tengo la costumbre, o manía de, al abrir los ojos, nada más despertarme, echar un vistazo a mi pared izquierda, donde se refleja la primera luz. Poco a poco he aprendido a distinguir si merece la pena levantarse corriendo, ir a la habitación de al lado, la que le da la cara al río, abrir la persiana y asomarme al balcón para ver el amanecer, pero en realidad todos los amaneceres merecen la pena, porque todos te dicen algo.
Los cielos de por la mañana son una especie de anticipo del día que se acerca. Tengo la suerte de no ser tan absolutamente supersticiosa como para creer que un cielo nublado vaticina un mal día, de hecho hay grises que me enamoran ya desde la cama, pero es verdad que los cielos rojos, mezclados con un naranja rebelde y un tímido rosa se llevan el éxito.

Me resulta curioso que a veces, cuando levanto la mirada, los colores, las formas de las nubes, y toda la armonía y el conjunto increíble que crean, me adivinan sentimientos, emociones, recuerdos; y de repente me veo comparando cielos con personas. Al igual que al mirar a alguien pueden asaltarte pensamientos, imágenes pasadas, o incluso futuras, y otra serie de sensaciones, cerebrales, físicas y emocionales, con los cielos pasa algo similar. No tienen que ser personas conocidas, de hecho un cielo nunca se conoce del todo, siempre es diferente, pero cuando te presentan a alguien o lo conoces o simplemente vas por la calle fijándote en la gente, cada cual te hace pensar en algo diferente. A veces creo que es lo que deben sentir los fotógrafos; fotografiar a personas desconocidas casi ni está permitido, pero a un cielo se le puede hacer una foto sin disimulo. Quizá se trata de dejar constancia en una película fotográfica de los sentimientos, las emociones, los recuerdos, que brotaron a flor de piel cuando lo miraste; y el cielo no va a mirarte mal ni a hacer una mueca descortés, simplemente seguirá su vida y cambiará sus colores y, cuando le toque, dejará que se escapen unas cuantas estrellas, que, con un poco de suerte, alumbrarán otros sentimientos, otras emociones, otros recuerdos.



7 nov 2013

Hacer el amor en un acorde

"Lo que tienes que hacer es acariciar las teclas, llegar a todas ellas y emplear la misma presión en cada una."

No es ningún secreto. Si acaricias las teclas de un piano en vez de percutirlas como si fuera una mesa de escuela en una hora aburrida de matemáticas, el instrumento adquiere la extraña propiedad de sentir. Es como si llorara o riera, según lo que pretendan las notas, los acordes, las melodías. Pero lo increíble es que, de repente, dejan de ser solo notas escritas en un papel; pasan a ser sentimientos, recuerdos, emociones desbocadas o serenas que brotan sin miedo a ser descubiertas.
Hay veces que, al tocar, logras esa armonía tan perfecta con el instrumento, te fundes con él de una manera tan explícita y perfecta que realmente parecéis uno. La madera se convierte en la piel de alguien a quien amas, a quien le coges la cara entre las manos y le acaricias cada rasgo para conocerlo, para memorizarlo. Un abrazo tan único y recíproco que es difícilmente equiparable.
En ocasiones, esta extraña unión se produce al tocar en clase, y es como si alguien, en este caso quien la imparte, abriera una rendija en esa burbuja solo de dos y se metiera dentro como mero espectador. Similar a cuando eres observador del beso de una pareja, pero de esos besos que parecen más bien de uno solo, y te sientes algo incómodo por mirar, porque es algo extremadamente íntimo, aunque a la vez te invade una especie de euforia, provocada quizá por unos gramos de esperanza, al comprobar, y ser testigo, de un amor así. Creo que debe sentir algo parecido el profesor que esté presente en esas ocasiones.
No es solo un roce corporal. Es un roce corporal, y todo lo que este implica, y además un roce en algo mucho más profundo, algo que te toca un pedacito muy sensible de tu interior, y es entonces cuando manan ese sinfín de sentimientos que se dejan mecer por las notas de una obra, o una invención cualquiera, cuya función es, sencillamente, vocalizar, pronunciar esas emociones para que sean inteligibles para uno mismo, para el que toca, para el otro miembro de la pareja; son las palabras de amor.
Efectivamente, como en cualquier buen amor, ambos reciben. Uno acaricia, abraza, besa, hace sentir, y el otro es capaz de contarlo, e incluso de gritarlo a los cuatro vientos para que lo escuche quien alcance a hacerlo, de manera que también acaricia, abraza, besa y hace sentir algo que solo hace sentir la música.

Igual que hay veces que se hace el amor con música, la música se hace con amor.