16 dic 2012

Pero no pudieron borrar su propio olor

Los olores son seres poderosos. Son máquinas del tiempo.
Los olores son besos, son comidas, son gestos, son miradas, son conciertos, fiestas, llantos...
Los olores son recuerdos.

Lo recuerdas cuando entras en un bar y huele a aquella vez que te desmadraste bailando, o aquella otra en la que te pisaron el pie o aquella en la que pediste una copa y acabaste con tres de más.
Lo recuerdas cuando sales a la calle y huele a ese verano de globos de agua, de risas empapadas, de noches  de buscar estrellas.
Lo recuerdas cuando llegas de viaje y huele a hogar. A ese hogar que solo es tuyo, un olor que solo se distingue cuando llevas tiempo sin pasar por casa porque si no ya estás acostumbrado a él.

Los olores forman una parte importante de nuestra memoria. Son capaces de hacernos sentir cosas que no podemos explicar.
Breve historia:
"Laura pasaba siempre por la misma acera al volver de la facultad, y todos los días, al pasar por un determinado punto, sentía un malestar general, una incomprensible sensación que mezclaba el miedo y el nerviosismo. Harta de que le pasara lo mismo todos los días, decidió ir por la acera de enfrente y pudo darse cuenta que al otro lado estaba un antiguo colegio de monjas que, hasta la fecha, aún seguía acogiendo alumnos . Era aquello. Al pasar al lado, el edificio desprendía un aroma a lápices afilados y goma de borrar que le traían a la memoria los azotes que se ganaba siempre que llegaba tarde a clase cuando era pequeña. Se explicaba así la ansiedad que sentía al oler el mismo olor que la recibía al entrar corriendo en el colegio cinco minutos después de lo que debía."

Los lápices afilados y las gomas de borrar, a eso huelen los colegios. A eso huelen los eternos deberes mientras los otros niños jugaban fuera, las lágrimas de no entender las restas llevadas y el primer "Progresa Adecuadamente" de tu vida.
En efecto, las gomas de borrar te salvaron, borrando los recientes garabatos de la mesa verde, de una buena bronca de la profesora, pudieron borrar los fallos de la infancia, las faltas de ortografía, los unos que había que sustituir por doses y la maldita raya que se salía siempre al colorear los dibujos de plástica.
Pudieron borrar muchas cosas, sí, pero no pudieron borrar su propio olor.


9 dic 2012

El alma de los violines

Aristóteles tenía la teoría de que todo lo que tuviera alma podía considerarse ser vivo. Decía que el alma era la esencia de las cosas. Cuando morías, tu alma se escapaba y moría también, de modo que no era inmortal. Pero, ¿y si esto no fuera del todo cierto?

Según Gottfried Leibniz la música es el placer que experimenta la mente humana al contar sin darse cuenta de que está contando.
Esas mariposas que incomprensiblemente nacen en el estómago al escuchar una obra que te guste, tu canción de rock favorita o sencillamente los acordes de un violín, esas mariposas son la vida.
Por muchas cosas que pueda, esta es una de las que la ciencia no puede explicar.
Simplemente se siente, te hace llorar, reír, recordar. Vuelas al escuchar música, vives, eres el ser más vivo del mundo. ¿Por qué? bueno, no voy a saber explicarlo, pero lo que sí sé es que dentro del violín, un poco a la izquierda de su caja de resonancia, se dispone perpendicularmente una pequeña barra cilíndrica de madera. Este palito se encarga de darle el mejor sonido al instrumento. Con moverlo tan solo unas décimas de milímetro su sonido sería completamente distinto. Quizá cambiarían las sensaciones al escucharlo, quizá los acordes llamarían más a las lágrimas que a las risas o quizá no sentiríamos nada.

Con las almas de las personas pasa lo mismo, son las que hacen sentir, las que te provocan rechazo o afinidad hacia el resto de la gente.
A lo mejor si no te cae bien alguien es porque no te gusta la posición de su alma. Y lo más gracioso de todo es que el palito del que hablaba antes, colocado como si de un corazón se tratara, dentro de la caja de madera del violín, se llama alma. Y esta sí es inmortal.