19 sept 2013

Los atracones de coco no son buenos

El chocolate que cada uno lo tome como quiera, pero las cosas tienen que estar claras.
Hay una nueva tendencia social que parece entusiasmar al personal y es aquello de no decir las cosas claramente. Bueno, no es tan nueva, siempre ha habido cierta atracción hacia eso de hacer comerse la cabeza a otros, para lo mal que nos sienta que nos la hagan comer...
Lo malo es que en el fondo, e inevitablemente, a nosotros nos encanta comernos el coco. Es algo inexplicable que, ante una situación de incertidumbre, a pesar de rabiarnos hasta la médula al saber que hay cabos que se nos escapan del nudo requerido, nos enganchamos a las cuerdas desatadas y nos vamos enredando en ellas mientras comemos, con avidez, nuestro coco, tratando de entender ese algo que nos resulta tan confuso.
Pero, dejando poetizaciones aparte, se me antoja bastante contraproducente el que nos guste nuestro propio coco, gastronómicamente hablando me refiero. Está muy bien saborearse de vez en cuando la mente, pero no darse atracones cada vez que algo escapa a nuestro entendimiento.
Hay especialistas en cocos, y los hay de varios tipos: están los psicólogos, encarnados en la persona de un buen amigo que te pone las cartas sobre la mesa, y por otro lado están los fruteros, quienes más bien se encarnan en tipos inseguros que adoran dar mil vueltas a las cosas y luego te dan un melocotón demasiado poco maduro. Es este último tipo el que saca de quicio, ¡maldita su manía de no hablar claro! Si hay un receptor y un emisor yo exijo, por mi parte, un mensaje conciso, y si no que no vengan a darme la tabarra. Me gusta mi coco, pero no tanto como para acabar con él a dentelladas.
El problema que veo es que esa tendencia de no decir las cosas claras tiene que ver con no tenerlas uno mismo. De modo que llegamos a la conclusión de que tanto psicólogos como fruteros, y quizá especialmente los segundos, tienen un vicio enorme por su coco.

El coco es una fruta adictiva, y sobre todo si nos referimos a la mente; puede estar bien comerse un poquito la cabeza de vez en cuando, pero no tenerlo por costumbre. Así que a ver si hacemos el favor de no empacharnos, y sobre todo, de decir las cosas claras.



17 sept 2013

Burbujas

"...Era éste el que había atraído mi atención desde el principio, sin duda por su estatura primero, y luego también por su manera de moverse. Un tipo de movimiento muy curioso, muy fluido, pero sobre todo muy concentrado, quiero decir muy concentrado en sí mismo. La mayoría de la gente cuando se mueve lo hace en función de lo que tiene alrededor. Justo en este momento, mientras escribo, Constantine pasa por delante de mí arrastrando la tripa sobre el suelo. Esta gata no tiene ningún proyecto en la vida y sin embargo se dirige hacia algo, probablemente un sillón. Y eso se ve en su manera de moverse: va hacia algo, y recalco el "hacia". Mamá acaba de pasar en dirección a la puerta principal, se va a hacer la compra y de hecho, ya está fuera, su movimiento se anticipa a sí mismo. No sé muy bien cómo explicarlo, pero cuando te desplazas, de alguna manera ese movimiento hacia algo te desestructura: estás ahí y a la vez ya no estás porque ya estás yendo a otra parte, no sé si me explico. Para dejar de desestructurarse habría que dejar de moverse por completo. O te mueves y ya no estás entero, o estás entero y ya no te puedes mover. Pero ese jugador en cambio, en cuanto salió al terreno de juego, sentí, con respecto a él, una cosa distinta. La impresión de verlo moverse, sí, pero a la vez seguía ahí. Absurdo, ¿verdad? [...] Lo que hace la fuerza del soldado no es la energía que emplea en intimidar a su adversario, sino la fuerza que es capaz de concentrar en sí mismo, centrándose solo en sí".

                                                                                                                         (La elegancia del erizo)



¿Cuántas veces nos han dicho lo metidos que parecemos estar en nuestras propias burbujas? Y ahora la idea no se me antoja tan terrible, teniendo en cuenta la sociedad de la que nos rodeamos. Bien es verdad que no podemos huir de nuestro alrededor y que sería de absolutos insensatos abstraerse en una burbuja sin ver ni escuchar nada más que a nosotros mismos, pero antes de enfrentarse a la temible realidad, nos conviene tener un pequeño refugio, un lugar donde podamos mirarnos, conocernos, saber qué debemos hacer y decidirlo despacio, sin prisa. Necesitamos una pequeña burbuja para, precisamente, mirar a la realidad de frente.
Me da la sensación de que todo se evapora en apariencias de gente muy segura que a la mínima se desmorona como un castillo de arena. Si quieres ser valiente tienes que tener claro por qué quieres serlo; y lo que me parece que escasea es el autoconocimiento, lo cual nos lleva a una completa falta de motivación. Saber qué nos gusta, qué queremos y cómo queremos ser en la vida.
Me encuentro a jóvenes deprimidos, sumidos en wifis y fiestas nocturnas que les han prometido relaciones y diversión y han terminado siendo un fraude. Esas pobres criaturas han sido privadas de una burbuja autóctona, y les han encerrado en una prefabricada.
Quizá sea ese el problema y quizá a eso se refieran los sabios cuando nos acusan de estar metidos de continuo en burbujas.
Las burbujas no son malas del todo, pero debes fabricarlas tú mismo.

2 sept 2013

El eco de los sueños

Subir la escalera con un colacao calentito, en diciembre, o en enero, después de un día de estudio intenso, pero cuando sabes que ya te toca descansar. Hundirte en el puf, que te parece lo más blando de este mundo después de toda la tarde sentada en una silla-piedra, y empezar a bebértelo a sorbitos mientras miras sin pensar en nada un interesantísimo punto en el suelo.
¿Sin pensar en nada? No, igual sí que estás pensando en algo; estás pensando en lo cansada que estás y lo bien que va a saberte la cama, en el sueño profundo en el que te vas a mecer en unos instantes. Por un lado te da pena, porque cuando te acuestas tan cansada tu cuerpo solo se preocupa de dormir, y no de soñar, o igual sí sueñas, pero tan, tan profundo que al día siguiente no te acuerdas. Por eso debe ser que cuando estamos malos soñamos más, supongo que soñaremos igual, pero al estar en ese duermevela febril acabamos estudiando lo que soñamos en cada tiritona.

Complejo el mundo del sueño, pero lo que más me llama la atención son los sonidos. Los de las pesadillas son horrorosos, porque a veces, el crujir de la ramita en el sueño, esa noche oscura y solitaria que ha creado tu subconsciente, después de ver una película o de tener un mal día, se hace casi real, haciéndote abrir los ojos, y dándote cuenta de que en realidad es que han arrastrado una silla en el piso de abajo. Pero, ¿qué fue antes, la silla o la ramita? A lo mejor el subconsciente nos retarda los sonidos, primero oímos la silla y él lo enlaza con el crujido de nuestra pesadilla o quizá sea solo otra casualidad, como tantas de la vida.
Sin embargo me gusta pensar que lo que soñamos es el eco de lo que está siendo vivido, el eco de nuestra realidad. No solo en los sonidos de los sueños, si no en los olores, los sabores, los tactos, las sensaciones que soñamos y que algo tienen que ver con lo que anteriormente hemos vivido. Parece un intento de nuestra mente para agarrar las cosas importantes, o que creemos así, y que no las olvidemos. A veces, cuando despertamos y saboreamos unos segundos entre el sueño y la vigilia, vemos tan intrascendente lo que hemos soñado esa noche que lo apartamos inmediatamente de nuestra mente y lo olvidamos para siempre, pero quizá es que no nos damos cuenta, por no prestar la atención que merecen, de que los sueños nos hacen revivir momentos ya vividos, desde un punto de vista diferente, el de nuestro propio subconsciente, como cuando escuchas tu propia voz resonar en las montañas, nunca suena de la misma manera aunque lo parezca.



1 sept 2013

Se trata de saltar sin exaltarse

Debemos tener bien claro qué es saltar y qué exaltarse, porque entre lo uno y lo otro hay una diferencia de un paro cardíaco.

Supongamos una hipotética y poco frecuente situación: supongamos que alguien hace algo, y no especifico si es a nosotros directamente, que nos resulte molesto o nos parezca injusto, aquí sí dejo bien claro la referencia al nosotros. Sabemos que no nos gusta lo que la otra persona ha hecho, ya sea a conciencia, lo que sería bastante feo, o sin mala fe, la cuestión es que tenemos claro que no estamos de acuerdo.
Llegados a este punto distinguimos varios tipos de sujeto, usualmente dos: por un lado el, no voy a llamarlo perezoso, sujeto que decide oír, ver y callar; tiene conciencia de la situación y de lo que a él le parece pero prefiere mantenerse al margen, sin intervenir, quizá por miedo, quizá por vagancia, o simplemente por el hecho de no discutir, ya que esto implica un esfuerzo (¿esfuerzo? ¿qué es eso?), en resumen, también por vagancia.
El otro sujeto suele ser el extremo opuesto, el que, además de ser plenamente consciente de la situación y de lo que piensa al respecto, lo grita a los cuatro vientos sin dejar escuchar, ni siquiera a él mismo, otros puntos de vista. Digamos que, presa de la rabia y la frustración, originadas por esa injusta o molesta hipotética situación, se ve invadido por una exaltación incontrolable que, a ojos del resto, le hace parecer un demente, y esto último resulta completamente improductivo.
Yo creo que lo que debemos hacer es saltar, no exaltarnos. Lo único que conseguimos con una exaltación descontrolada es que absolutamente nadie nos preste atención, por mucha razón que tengamos. Es una cuestión de formalidad. La forma de decir las cosas resulta, la mayor parte de las veces, más importante que la cosa en sí. Puede parecer trágico, ya que denotamos con ello que la sociedad está dispuesta a prestar más atención al envoltorio que al paquete propiamente dicho; pero la gente es asustadiza y orgullosa y no acepta cuatro gritos por muy impregnados que estén de la más pura razón; como cuando riñes a un niño, que a veces lo único que consigues es hacerle llorar.
Sin embargo el primer sujeto me parece excesivamente pasivo, por lo que creo conveniente la aparición en escena de un tercer sujeto, un sujeto que se encuentre en el término medio entre los dos anteriormente citados.
Creo que no se trata de huir de la discusión, por el motivo que sea, y tampoco creo que se trate de imponer una única razón sobre el resto. Se trata, en mi modesta opinión, de hacer saber el desacuerdo no con ánimo de convencer, sino con ánimo de informar. Se trata de saltar, saltar siempre, pero sin exaltarse.