14 jun 2014

Qué feliz es el dinero haciéndonos felices

La gente va a los centros comerciales a pasearse y yo sigo sin creérmelo. Ir a un edificio lleno de tiendas que está lejos de todo a pasearte, para no comprarte nada y sin necesidad de comprarte nada, solo por el hecho de pasear. Por dios, ¡mejor pasear por el campo por mucha alergia que tengas!



Ayer fui a un concierto didáctico sobre Bach, ¡sobre Bach! Sí, habéis leído bien. Pero había mucha menos gente que la que esta mañana he visto en el centro comercial.
Me preocupa que se vea más necesario llenarse el bolsillo que llenarse el espíritu, y es que es gracioso ver que cuando te preguntan si el dinero da la felicidad todos contestamos que no; contestamos que no pero no somos demasiado consecuentes. Si usamos un maldito centro comercial como lugar de recreo nos contradecimos completa y absolutamente en nuestra tan segura afirmación de que el dinero no nos hace felices. El concierto de ayer era completamente gratis, y, me permito decir, bastante más entretenido que una tienda de ropa, y aun así había asientos libres. Soy poco comprensiva, supongo, y me faltará empatía para comprender a quienes son felices mirando trapitos y son incapaces de serlo escuchando a Bach.
A lo mejor es lo que se nos inculca poquito a poco desde pequeños: "El dinero no da la felicidad, niños, pero os voy a comprar un juguetito cada vez que os comáis la verdura". E incluso más adelante: ¿Un billete de diez euros por cada examen de lengua que apruebes? Por favor, he sido testigo de situaciones tan surreales como estas y no puedo evitar asustarme. Me doy cuenta de que desde niños nos enseñan que estudiamos únicamente para, a posteriori, ganar dinero, pero siempre bajo la protección de la sentencia "el dinero no da la felicidad", que parece que nos despoja del sentimiento de culpa. Absurdo. Siempre nos han dicho que nuestro objetivo en la vida es ser felices, entonces el niño se preguntará: si estudiamos porque nos dan dinero y el dinero no da la felicidad, ¿para qué estudiamos? 
El placer de leer por leer, de estudiar una egagrópila por mera curiosidad o de escuchar y aprender la música de Bach sin ningún fin utilitarista se nos antoja banal y absurdo porque nos han dicho que es así. 

Nos hacen decir que el dinero no da la felicidad cuando en realidad deberíamos decidir por nosotros mismos qué es lo que nos hace felices sin necesidad de que nadie nos lo diga. Darnos cuenta de lo poco consecuentes que somos, pero darnos cuenta solos.

Cada vez hay más centros comerciales y menos conciertos, como cada vez hay más masa y menos personas.

2 jun 2014

La sonrisa de la memoria

A veces cuando caminas por la calle piensas en algo que te lleva a otro pensamiento que a su vez se engarza a otro. Al final el primero no tiene nada que ver con el último pero si no hubiera sido por éste, el otro nunca habría aparecido. Qué curiosa la mente, la memoria, que une a la velocidad del pensamiento un recuerdo con otro, instantes vividos, e incluso, en ocasiones, los deforma a su antojo.



El otro día conté cincuenta personas, cincuenta, con el móvil de la mano desde la cafetería de la plaza hasta la universidad. Pasé en frente de una bombonería donde antes había otra en cuya puerta de cristal había escrito: prohibida la entrada a todo aquel que no sea dulce trufa. Me acordé del vergonzoso momento de sacarle una foto a una puerta de cristal mientras, desde dentro, la dependienta te mira con la boca torcida. No pude evitarlo y solté una carcajada. Justo en ese momento una chica levantó la vista de su teléfono y me dedicó una mirada extrañada e incluso un poco ofendida, quizá pensaba que me reía de ella. A mí casi ni me dio rabia, sino más bien lástima. Seguramente ella también sonreirá a su pantalla táctil cuando le escriban algo bonito o le manden una foto graciosa, pero no es lo mismo sonreirle a un teléfono que sonreír al aire; no luce tanto, supongo. Bueno, independientemente de eso, lo que me hizo gracia a mí fue su mirada sorprendida al verme a mí sonreír sin motivo aparente. Seguro que si ella viera esa frase le sacaría una foto para mandársela a alguien. Mmm, y yo, ¿la saqué en su momento para enviársela a alguien? capturar un momento de felicidad, de alegría en un dispositivo y poder transmitir ese momento a quien quieras. La verdad que cada vez que lo pienso me vuelve a sorprender. Luego lo pienso mejor y me parece banalizar esos momentos. ¿A quién quieres demostrar que estás feliz? ¡Contigo mismo te basta y te sobra!, pero no, hay ahí un empeño que me inquieta. Bueno, las demostraciones son importantes, sobre todo las de afecto, como te falten las demostraciones de afecto estás perdido, y mira que le cuesta a la gente. Le cuesta... "¡Cómo cuesta la cuesta!" decía mi madre cuando subíamos en bici la cuesta de casa. Buf, pero hace mucho de eso. ¡Qué ganas de montar en bici! oler el aire, escuchar un nuevo mundo de Dvorak mientras idealizas un poco el de verdad... mañana iré en bici. Bueno aunque igual hace viento... ¡pero me quejaré yo de viento! para viento el que había en Coruña aquel día que las olas rompieron la barandilla. ¡Qué buen fin de semana pasé! Buah, y la ola que empapó a Manu...
Solté otra carcajada y un señor muy bien vestido, seguramente recién salido de una reunión, levanta la vista de su "teléfono inteligente". 
Mientras sumo mentalmente cincuenta y una personas a la lista sonrío pensando en la poca relación que tienen los bombones con las olas de Coruña. Bueno, igual no tan poca.