27 sept 2014

Egoísmo

"Es la debilidad del hombre lo que lo hace más sociable; son nuestras comunes miserias las que inclinan nuestros corazones a la humanidad; si no fuésemos hombres no le deberíamos nada. Todo apego es un signo de insuficiencia; si cada uno de nosotros no tuviese ninguna necesidad de los demás ni siquiera pensaría en unirse a ellos. Así, de nuestra misma deficiencia nace nuestra frágil dicha. Un ser verdaderamente feliz es un ser solitario: solo Dios goza de una felicidad absoluta; pero, ¿quién de nosotros tiene idea de cosa semejante? Si alguien imperfecto pudiera bastarse a sí mismo, ¿de qué gozaría según nosotros? Estaría solo, sería desdichado. Yo no concibo que quien no tiene necesidad de nada pueda amar algo; y yo no concibo que quien no ame nada pueda ser feliz".
(Jean-Jacques Rousseau, Emilio)



El egoísmo está considerado una cualidad mala para el hombre. Su estricto sentido de centrarse en uno mismo (ego: yo e -ísmo: practica de) en nuestra sociedad se considera nocivo y te educan para que te fundes en eso. Pero la teoría y la práctica a veces no se llevan del todo bien.
Por ejemplo, en la teoría un padre enseñará a su hijo que debe compartir con sus compañeros sus juguetes, pero luego, en la práctica, no dejará que coja su taza del desayuno porque "es la taza de papá".
Nos convierten en seres materiales, egocéntricos obnubilados obsesionados con un "yo, me mí, conmigo" que le viene muy bien al sistema imperante en el que estamos adheridos pegajosamente, como moscas en una enorme telaraña. "Cada uno con su taza y dios en la de todos", nos dicen subliminalmente; y así cada uno comprará su propia, exclusiva y personal taza de desayuno.

El mundo se llena de hipócritas que hablan de solidaridad y ensalzan el verbo compartir pero que luego no tienen más horizonte que su propia nariz. Nos volvemos mentirosos, y no solo con el resto del mundo, que evidentemente, sino especialmente con nosotros mismos, que es lo grave.
En realidad no somos egoístas, no somos egocéntricos, en realidad somos sistemistas, sistecéntricos, fieles no a nosotros mismos, como nos hacen creer, ni tampoco al resto como pretenden, falsamente, que aprendamos.
Solo somos siervos de un sistema, porque si realmente fuéramos egoístas, nos centráramos en la práctica de nosotros mismos, en nuestro "yo persona", no por ello dejaríamos de lado a los otros. Para ser persona hay que tratar al resto como a personas, ya que si no corres el riesgo de perder tu humanidad y todo lo que ello conlleva: una meta humana, que es tu naturaleza.

Pensemos pues la paradoja: Un sistema nos dice de no ser egoístas para convertirnos en sistemistas a su antojo pero si realmente te centras en cada ser humano como persona, es decir, tratas a los demás como iguales. lo haces por ti mismo, como un completo y auténtico egoísta.
Interesante.

20 sept 2014

¿Qué hacíamos cuando esperábamos?

18.55 de la tarde. Vaya, llego pronto, cinco minutos antes de lo previsto. Hay más gente esperando, van llegando. Qué vergüenza llegar los primeros... a ver, saquemos todos el móvil para no concentrarnos los unos en los otros. Imagínate qué liada si no tuviéramos pantallas en las que sumergirnos en estas situaciones incómodas, ¿qué haríamos cuando esperásemos? ¿mirarnos? ¿hablar? ¿pensar un poco?
¿Qué hacíamos cuando no teníamos teléfonos y nos tocaba esperar por haber llegado los primeros?





A lo largo de mi paseo hasta la plaza me fijé en grandes grupos de amigos, imagino que serían, sentados alrededor de una mesa hablando... bueno no, callados, cada uno mirando hacia abajo, con un aparatito que les iluminaba el rostro. Seguro que estarían quedando con alguien, o hablando de algo importante, no vamos a ser injustos, seguro que había una buena razón, pero es curiosa la paradoja: quedas con alguien para, se entiende, hablar de algo interesante, o de cosas que te importan y, cuando al fin tienes delante a esa persona, decides que corre más prisa quedar con otra para hablar de otras cosas importantes. Entramos así en un circulo vicioso absurdo y que se me antoja bastante incomprensible; quedar con alguien para, mientras estás con esa alguien, quedar con otro alguien, y cuando al fin estás con esa persona volver a quedar con la anterior para repetir lo mismo. Al final siempre se queda pero nunca se hablan esas cosas importantes.

Dos personas llegan al tiempo a la plaza. Ni siquiera se molestan en mirar alrededor. "Qué mal voy a quedar, por dios, como una boba mirando a ver si ha llegado o no mi cita... mejor que me busque ella". El joven es inglés y la chica española, ambos sumergidos en su móvil. Han quedado para un intercambio bilingüe, una conversación, han quedado para hablar, y solo me doy cuenta cuando, un cuarto de hora después de haber llegado, los dos a la vez, a la plaza, al chico se le ocurre, por una casualidad de la vida, levantar la mirada y percatarse de que justo en frente hay una chica que parece esperar a alguien. Vaya, quince minutos de interesante charla perdidos.

Me doy cuenta de que nos pone muy nerviosos esperar y que lo único que nos alivia de ese pesar y esa vergüenza de llegar unos minutos antes, es sumirnos en la luz divina y venerada de nuestros smartphones. ¿Podemos recordar lo que hacíamos cuando esperábamos? ¿Nos poníamos igual de nerviosos sabiendo que estábamos solos, porque aún no había llegado nuestra cita, pero a la vez estando rodeados de gente?

El ser humano tiene miedo de estar solo pero no sabe vivir en sociedad.
A lo mejor en vez de sumergirnos en pantallas podríamos hacerlo en libretas, e incluso quizá resultáramos más interesantes.


4 sept 2014

Ser un genio

    Hace unos días tuve el gusto de escuchar una clase de violín de Sergey Fatkulin en la que un amigo tocaba el rondó capriccioso de Saint Saëns. Entre otro buenos comentarios que hizo, el profesor nos hizo una pregunta: qué es ser virtuoso. Ambos contestamos parecido: velocidad de dedos, buena técnica, soltura, perfeccionamiento... Fatkulin se sorprendió notablemente con nuestras respuestas ya que para él, que se había pasado unos cuantos años perfeccionando su español, entendía que una persona virtuosa es aquella que posee una virtud, es decir, alguien que tiene algo especial que le caracteriza y hace único, y no se equivocaba. Un virtuoso es aquel que domina una técnica o arte extraordinariamente, y doy especial énfasis a la palabra "extraordinariamente".

    Ser un genio, a eso se reduce. Y parece que todos queremos ser genios, poseer una virtud, porque eso es lo que va a hacernos únicos y nos va a diferenciar del resto. Por otro lado la meta de todo hombre, su objetivo último, y esto es sabido desde el inicio de los tiempos y las primeras filosofías, es la felicidad; así, se entiende que si deseamos ser un genio es porque creemos que de esta forma seremos más felices.

    He visto tocar a niños de 13 años, de 11, obras que gente de 25, con máster, aún está perfeccionando. Son auténticos genios, sean felices o no, transmiten, son únicos, marcan la diferencia. Son el claro ejemplo de genio que buscábamos.
La pregunta que me hago, sin embargo no es la mil veces citada de si un genio puede ser feliz, sino si un genio es feliz por el mero hecho de ser genio. Creo que nos equivocamos al pensar que es la genialidad la que otorga la felicidad. La genialidad está, es innata, que se desarrolle o no ya es otra cosa. Parece que los genios viven en esa costumbre de ser genios y que quien no lo es pretende alcanzar su meta de ser feliz convirtiéndose, y mientras tanto vive en una infelicidad impuesta por su categoría de mediocre, sin embargo, ¿seríamos de verdad felices siendo genios? y los genios, ¿son felices? pero sobre todo, ¿son felices por ser genios?

Dejando de liar la madeja precipito mi conclusión: ni los genios tienen la obligación de ser felices, ni los que no lo son la de ser infelices. La genialidad va por un lado y la felicidad por otro.
Quizá convenga que haya mas felices que genios para que quizá entonces haya muchos genios felices.