10 ene 2016

Música y amor: una conquista utópica

Hoy fui a un concierto. El ambiente podría definirse como casi elitista; todas las mujeres llevaban chal y medias, los hombres, traje. No había jóvenes, apenas yo y otros tres amigos, el resto superaba con mucho los 25.
A pesar de todo aquella gente iba a disfrutar de la música, sin juzgar, sin tribunales, sin comparaciones, sin señalar quién era mejor que otro. O quizá fue solo mi impresión.

Cuando el compañero hizo sonar su cello no solo hizo sonar su cello. Las notas empezaron a volar por el cuarto, envolviéndonos a todos en un remolino de impresiones acústicas. Pero no, no solo hizo sonar su cello. Era mucho más, era sentir por los oídos un abrazo, sentir un vínculo que prácticamente era también visual. Verlos a ellos dos como uno solo, ver cómo lo abrazaba, volando por el mástil, acariciando las cuerdas con el arco. Ambos se escuchaban, manteniendo un diálogo interno que brotaba en cada vibración de la madera. Un diálogo que solo nos mostraba una mínima parte, compartiendo los sonidos, pero escondiéndonos algo mucho más profundo. Esa leve percepción de erotismo que nos mostraban, eso era la música; o al menos una pequeña parte de ella. En ese abrazo se entendía el disfrute, pero también el esfuerzo y la dedicación de uno y otro por llegar a conquistarse.

¿Qué es eso que nos invade por dentro, lo que nos hace cosquillas en el estómago y nos llega al corazón? ¿Qué es lo que dejamos ver como un cachito de copa pero que en el fondo tiene tan fuertes las raíces? Eso es la música. Y el amor.
Un concierto pocas veces es perfecto, por no convertirlo en un nunca, porque la perfección es algo subjetivo, algo utópico, inalcanzable, pero que, como decía Galeano, nos hace caminar. A veces pienso que cuando hacemos música es como hacer el amor. Pero en el estricto sentido de hacer el amor. Es decir, hacer el amor sonido. Hacer de algo abstracto algo casi tangible o, aunque sea, una parte perceptible por los sentidos. Vamos aprendiendo a hacer música como vamos aprendiendo a amar. Con esfuerzo, con algunas lágrimas, con muchas horas de dedicación, pero sobre todo, con ganas. Con ganas de sentir y de volar, de probar la libertad en el más puro significado de la misma. Eso es la música y también es el amor.

A quienes pregunten por qué estudiamos música, por muchas cosas, pero también para aprender a amar.