6 dic 2013

Con quien mejor se asienta la cabeza

Apoyándome en tu pecho
se va llevando el olvido
todo enfado
y si hay disgusto al acecho
huye medio adormecido
y apocado.

Se puede contar contigo
en cualquier tipo de sueño
y desvelo
pues recostada en tu ombligo
se desfrunce siempre el ceño
sin recelo.

Cuando brotan los sollozos
y parecen inundarme
desconsuelos
rescatas todos mis gozos
y consigues revelarme
nuevos cielos.

En las noches estivales
cuando el calor se presenta
descortés
se alivian todos mis males
al abrazar sudorienta
tu revés.

Me ofreces todo un rebaño
que está empeñado en saltar
para aburrir.
Y, esto viene ya de antaño:
la cuenta la has de llevar
hasta el dormir.

Si asiento bien la cabeza
es siempre que estoy contigo,
no por nada,
pero es tu naturaleza
por la que yo te bendigo
oh, almohada.




4 dic 2013

Los hijos de Bernarda

La falta de libertad podría considerarse como uno de los temas universales de la literatura. En la obra es Bernarda Alba quien la representa de la forma más fiel posible.

Yo creo que todos tenemos una Bernarda Alba en nuestro interior que nos oprime y nos encadena sin saber muy bien a qué y por qué. Está como escondida pero siempre presente, agarrándonos con sus lazos para privarnos de lo desconocido. En la obra en concreto parece surgir de la obsesión desmesurada por mantener el honor de la familia, pero solo es un aspecto concreto que quizá el autor utilizó para simbolizar de una manera más sencilla esta opresión.
Me atreveré a extrapolar el tema fuera de la obra. El miedo que sentimos en nuestra vida es el causante de nuestra parálisis, y esa parálisis es la misma que parecen sufrir las hijas de Bernarda. Sin embargo la absoluta falta de libertad que representa la madre de familia ofrece a las hermanas una cosa: comodidad. Y es que obedecer es lo más cómodo que hay, tan solo tienes que pensar, actuar, hablar y vivir como te dicen que lo hagas. Creo que es por esta razón por la que no todas las hermanas se oponen a la dictadura matriarcal de forma tan vehemente como lo hace Adela. Es, sencillamente, porque les resulta mucho más cómodo quedarse sentadas aunque esto les lleve al desconocimiento del mundo en el que viven.
¿Y entonces Adela? ¿Qué pasa con Adela? Bueno, yo creo que para hacerle frente a una fuerza tan poderosa como la falta de libertad es necesaria otra semejante, en este caso, el amor. Pero cabe decir que existen claras diferencias entre el amor de Angustias, la hermana mayor, por Pepe el Romano y el de Adela. El de la primera parece un amor impuesto por la madre y que conviene a Angustias no solo por comodidad sino por saber que casándose con él puede ser libre, que es lo que parecen anhelar todas sus hermanas. Sin embargo no lucha por esa libertad, no se enfrenta al bastón de Bernarda, sigue siendo una hija obediente de su propio miedo, de su propia comodidad. Adela, por el contrario, lucha hasta el final, y sin poder asumir que el amor pueda perder la batalla acaba por quitarse la vida.

Es muy cómodo ser hijos del miedo pero, en mi opinión compensa mucho más ser libre, aunque para ello tengas que ser valiente y levantarte, porque el mundo pertenece a quienes se atreven.

28 nov 2013

También hay que ser percusionistas

Si a mí me pareció ofensivo peor le parecería al percusionista al que identificaron con "aquel que tocaba los palos" en un artículo de prensa.

Según dicen los instrumentos melódicos, es decir, el violín, la flauta, el cello o el clarinete, representan los sentimientos, las emociones, y los instrumentos armónicos, piano, guitarra, tienen que ver con la inteligencia abstracta. Parecen elementales, no solo en cualquier conjunto, en el que son imprescindibles la armonía y la melodía, sino en nuestra vida cotidiana, en la que necesariamenter debería haber un poco de cabeza y un puñado de sentimientos. Sin embargo nos falta algo, el tercer vértice de un triángulo que descubre un equilibro perfecto: el ritmo.
Los instrumentos rítmicos se han relacionado estrechamente con la motricidad, la vitalidad. Se nota inmediatamente cuando en una obra hay timbales, un güiro o unas claves porque le da otro color, otro timbre completamente diferente, no mejor ni peor, pero sí más vivo; si habláramos en colores hablaríamos de un alto grado de saturación al incluir percusión a una pieza.
En nuestra vida necesitamos apoyarnos en estos tres pilares fundamentales de la música, adoptarlos como propios. Necesitamos tener las ideas claras y ordenadas, cierta inteligencia abstracta, para saber lo que queremos; necesitamos reconocer un escalofrío de emoción, valorar una lágrima y disfrutar de una risa, para saber lo que sentimos; pero también necesitamos cantar a voces en la calle y correr y correr bajo la lluvia, dar golpes con el lápiz en la mesa de clase, seguir el ritmo de la música de un bar haciendo medias sentadillas y bailar sin mucho control en cualquier sitio donde los decibelios se pasen un poco de pueblo. Necesitamos hacerlo para saber qué es cansarse, para saber que da gusto cansarse, para poner empeño en las cosas que queremos, para saber que podemos saltar en los charcos y saber que podemos caernos, pero sobre todo para saber que lo que de verdad merece la pena es levantarse y seguir saltando al ritmo de la vida.
Todos debemos llevar una flauta que nos cante qué sentimos, y sentirlo de veras, un piano, que nos descubra la relación perfecta entre dos acordes, pero lo que no puede faltarnos es un pequeño tambor que palpite como un corazón, que nunca se canse y que nos de el impulso rítmico para vivir la vida.


16 nov 2013

Cuestión de cielos

Cuando empiezan a desdibujarse los suspiros en el aire es cuando más bonitos están los cielos.

Tengo la costumbre, o manía de, al abrir los ojos, nada más despertarme, echar un vistazo a mi pared izquierda, donde se refleja la primera luz. Poco a poco he aprendido a distinguir si merece la pena levantarse corriendo, ir a la habitación de al lado, la que le da la cara al río, abrir la persiana y asomarme al balcón para ver el amanecer, pero en realidad todos los amaneceres merecen la pena, porque todos te dicen algo.
Los cielos de por la mañana son una especie de anticipo del día que se acerca. Tengo la suerte de no ser tan absolutamente supersticiosa como para creer que un cielo nublado vaticina un mal día, de hecho hay grises que me enamoran ya desde la cama, pero es verdad que los cielos rojos, mezclados con un naranja rebelde y un tímido rosa se llevan el éxito.

Me resulta curioso que a veces, cuando levanto la mirada, los colores, las formas de las nubes, y toda la armonía y el conjunto increíble que crean, me adivinan sentimientos, emociones, recuerdos; y de repente me veo comparando cielos con personas. Al igual que al mirar a alguien pueden asaltarte pensamientos, imágenes pasadas, o incluso futuras, y otra serie de sensaciones, cerebrales, físicas y emocionales, con los cielos pasa algo similar. No tienen que ser personas conocidas, de hecho un cielo nunca se conoce del todo, siempre es diferente, pero cuando te presentan a alguien o lo conoces o simplemente vas por la calle fijándote en la gente, cada cual te hace pensar en algo diferente. A veces creo que es lo que deben sentir los fotógrafos; fotografiar a personas desconocidas casi ni está permitido, pero a un cielo se le puede hacer una foto sin disimulo. Quizá se trata de dejar constancia en una película fotográfica de los sentimientos, las emociones, los recuerdos, que brotaron a flor de piel cuando lo miraste; y el cielo no va a mirarte mal ni a hacer una mueca descortés, simplemente seguirá su vida y cambiará sus colores y, cuando le toque, dejará que se escapen unas cuantas estrellas, que, con un poco de suerte, alumbrarán otros sentimientos, otras emociones, otros recuerdos.



7 nov 2013

Hacer el amor en un acorde

"Lo que tienes que hacer es acariciar las teclas, llegar a todas ellas y emplear la misma presión en cada una."

No es ningún secreto. Si acaricias las teclas de un piano en vez de percutirlas como si fuera una mesa de escuela en una hora aburrida de matemáticas, el instrumento adquiere la extraña propiedad de sentir. Es como si llorara o riera, según lo que pretendan las notas, los acordes, las melodías. Pero lo increíble es que, de repente, dejan de ser solo notas escritas en un papel; pasan a ser sentimientos, recuerdos, emociones desbocadas o serenas que brotan sin miedo a ser descubiertas.
Hay veces que, al tocar, logras esa armonía tan perfecta con el instrumento, te fundes con él de una manera tan explícita y perfecta que realmente parecéis uno. La madera se convierte en la piel de alguien a quien amas, a quien le coges la cara entre las manos y le acaricias cada rasgo para conocerlo, para memorizarlo. Un abrazo tan único y recíproco que es difícilmente equiparable.
En ocasiones, esta extraña unión se produce al tocar en clase, y es como si alguien, en este caso quien la imparte, abriera una rendija en esa burbuja solo de dos y se metiera dentro como mero espectador. Similar a cuando eres observador del beso de una pareja, pero de esos besos que parecen más bien de uno solo, y te sientes algo incómodo por mirar, porque es algo extremadamente íntimo, aunque a la vez te invade una especie de euforia, provocada quizá por unos gramos de esperanza, al comprobar, y ser testigo, de un amor así. Creo que debe sentir algo parecido el profesor que esté presente en esas ocasiones.
No es solo un roce corporal. Es un roce corporal, y todo lo que este implica, y además un roce en algo mucho más profundo, algo que te toca un pedacito muy sensible de tu interior, y es entonces cuando manan ese sinfín de sentimientos que se dejan mecer por las notas de una obra, o una invención cualquiera, cuya función es, sencillamente, vocalizar, pronunciar esas emociones para que sean inteligibles para uno mismo, para el que toca, para el otro miembro de la pareja; son las palabras de amor.
Efectivamente, como en cualquier buen amor, ambos reciben. Uno acaricia, abraza, besa, hace sentir, y el otro es capaz de contarlo, e incluso de gritarlo a los cuatro vientos para que lo escuche quien alcance a hacerlo, de manera que también acaricia, abraza, besa y hace sentir algo que solo hace sentir la música.

Igual que hay veces que se hace el amor con música, la música se hace con amor.



2 oct 2013

Nos hacen falta Quijotes

Hubo una generación en el 98 integrada por una serie de poetas que, descontentos con la situación que sufría la España de la época, adoptaron diferentes maneras de hacerle frente: subversión, evasión e inmersión.
La subversión, la lucha, estar completamente en contra del sistema y de las prácticas que este utiliza para no derrumbarse, fue adoptada por ciertos autores, que tiznaron sus escritos de críticas y sátiras, mostrando su descontento y su oposición, lo que a muchos les costó la vida o el exilio.
Otros decidieron evadirse, lo que no dejaba de ser otra forma de lucha; un espacio donde solo tiene presencia lo que vale dinero merece la pena ser abandonado. De este modo viajaron con sus obras a otros mundos pintados de azul y de exotismo, mundos donde no había cabida para el materialismo y la hipocresía.
Los que adoptaron la inmersión se integraron en sí mismos haciendo un viaje, esta vez interior, hacia su persona. El viaje hacia el infierno que debemos hacer todos, al menos una vez en la vida, para llegar a conocernos.
Cada poeta tenía su forma de rebeldía, ya fuera luchando, evadiéndose o encontrándose a sí mismo, pero todos tenían en común un modelo a seguir: Don Quijote.
Era este un personaje que tanto luchaba contra aquello que le parecía injusto como se evadía, a su vez, creyendo ser un personaje histórico y famoso que debía ser conocido por todos. Quizá esta evasión era una estrategia defensiva contra aquellos que disfrutaban apaleándole con rabia y crueldad antes sus evidentes signos de locura, a pesar de todo, bondadosa.
La sensibilidad de dicho personaje era notable; así como a un burgués lo único que se le ocurre decir tras darle una bofetada a su hijo es "los hombres nunca lloran", nuestro Quijote era capaz de sentir a pesar de ir perdiendo la cordura.
Sin embargo, estar cuerdo o loco en nuestra sociedad tiene muchos matices. Habrá quien prefiera estar cuerdo y poder pisar a quien parece hacer locuras, como nuestro Alonso, a quien las gentes vulgares maltrataban. Pero otros quizá quieran convertirse en Quijotes, estar un poco locos y, quizá, de esta forma, hacer memoria.



19 sept 2013

Los atracones de coco no son buenos

El chocolate que cada uno lo tome como quiera, pero las cosas tienen que estar claras.
Hay una nueva tendencia social que parece entusiasmar al personal y es aquello de no decir las cosas claramente. Bueno, no es tan nueva, siempre ha habido cierta atracción hacia eso de hacer comerse la cabeza a otros, para lo mal que nos sienta que nos la hagan comer...
Lo malo es que en el fondo, e inevitablemente, a nosotros nos encanta comernos el coco. Es algo inexplicable que, ante una situación de incertidumbre, a pesar de rabiarnos hasta la médula al saber que hay cabos que se nos escapan del nudo requerido, nos enganchamos a las cuerdas desatadas y nos vamos enredando en ellas mientras comemos, con avidez, nuestro coco, tratando de entender ese algo que nos resulta tan confuso.
Pero, dejando poetizaciones aparte, se me antoja bastante contraproducente el que nos guste nuestro propio coco, gastronómicamente hablando me refiero. Está muy bien saborearse de vez en cuando la mente, pero no darse atracones cada vez que algo escapa a nuestro entendimiento.
Hay especialistas en cocos, y los hay de varios tipos: están los psicólogos, encarnados en la persona de un buen amigo que te pone las cartas sobre la mesa, y por otro lado están los fruteros, quienes más bien se encarnan en tipos inseguros que adoran dar mil vueltas a las cosas y luego te dan un melocotón demasiado poco maduro. Es este último tipo el que saca de quicio, ¡maldita su manía de no hablar claro! Si hay un receptor y un emisor yo exijo, por mi parte, un mensaje conciso, y si no que no vengan a darme la tabarra. Me gusta mi coco, pero no tanto como para acabar con él a dentelladas.
El problema que veo es que esa tendencia de no decir las cosas claras tiene que ver con no tenerlas uno mismo. De modo que llegamos a la conclusión de que tanto psicólogos como fruteros, y quizá especialmente los segundos, tienen un vicio enorme por su coco.

El coco es una fruta adictiva, y sobre todo si nos referimos a la mente; puede estar bien comerse un poquito la cabeza de vez en cuando, pero no tenerlo por costumbre. Así que a ver si hacemos el favor de no empacharnos, y sobre todo, de decir las cosas claras.



17 sept 2013

Burbujas

"...Era éste el que había atraído mi atención desde el principio, sin duda por su estatura primero, y luego también por su manera de moverse. Un tipo de movimiento muy curioso, muy fluido, pero sobre todo muy concentrado, quiero decir muy concentrado en sí mismo. La mayoría de la gente cuando se mueve lo hace en función de lo que tiene alrededor. Justo en este momento, mientras escribo, Constantine pasa por delante de mí arrastrando la tripa sobre el suelo. Esta gata no tiene ningún proyecto en la vida y sin embargo se dirige hacia algo, probablemente un sillón. Y eso se ve en su manera de moverse: va hacia algo, y recalco el "hacia". Mamá acaba de pasar en dirección a la puerta principal, se va a hacer la compra y de hecho, ya está fuera, su movimiento se anticipa a sí mismo. No sé muy bien cómo explicarlo, pero cuando te desplazas, de alguna manera ese movimiento hacia algo te desestructura: estás ahí y a la vez ya no estás porque ya estás yendo a otra parte, no sé si me explico. Para dejar de desestructurarse habría que dejar de moverse por completo. O te mueves y ya no estás entero, o estás entero y ya no te puedes mover. Pero ese jugador en cambio, en cuanto salió al terreno de juego, sentí, con respecto a él, una cosa distinta. La impresión de verlo moverse, sí, pero a la vez seguía ahí. Absurdo, ¿verdad? [...] Lo que hace la fuerza del soldado no es la energía que emplea en intimidar a su adversario, sino la fuerza que es capaz de concentrar en sí mismo, centrándose solo en sí".

                                                                                                                         (La elegancia del erizo)



¿Cuántas veces nos han dicho lo metidos que parecemos estar en nuestras propias burbujas? Y ahora la idea no se me antoja tan terrible, teniendo en cuenta la sociedad de la que nos rodeamos. Bien es verdad que no podemos huir de nuestro alrededor y que sería de absolutos insensatos abstraerse en una burbuja sin ver ni escuchar nada más que a nosotros mismos, pero antes de enfrentarse a la temible realidad, nos conviene tener un pequeño refugio, un lugar donde podamos mirarnos, conocernos, saber qué debemos hacer y decidirlo despacio, sin prisa. Necesitamos una pequeña burbuja para, precisamente, mirar a la realidad de frente.
Me da la sensación de que todo se evapora en apariencias de gente muy segura que a la mínima se desmorona como un castillo de arena. Si quieres ser valiente tienes que tener claro por qué quieres serlo; y lo que me parece que escasea es el autoconocimiento, lo cual nos lleva a una completa falta de motivación. Saber qué nos gusta, qué queremos y cómo queremos ser en la vida.
Me encuentro a jóvenes deprimidos, sumidos en wifis y fiestas nocturnas que les han prometido relaciones y diversión y han terminado siendo un fraude. Esas pobres criaturas han sido privadas de una burbuja autóctona, y les han encerrado en una prefabricada.
Quizá sea ese el problema y quizá a eso se refieran los sabios cuando nos acusan de estar metidos de continuo en burbujas.
Las burbujas no son malas del todo, pero debes fabricarlas tú mismo.

2 sept 2013

El eco de los sueños

Subir la escalera con un colacao calentito, en diciembre, o en enero, después de un día de estudio intenso, pero cuando sabes que ya te toca descansar. Hundirte en el puf, que te parece lo más blando de este mundo después de toda la tarde sentada en una silla-piedra, y empezar a bebértelo a sorbitos mientras miras sin pensar en nada un interesantísimo punto en el suelo.
¿Sin pensar en nada? No, igual sí que estás pensando en algo; estás pensando en lo cansada que estás y lo bien que va a saberte la cama, en el sueño profundo en el que te vas a mecer en unos instantes. Por un lado te da pena, porque cuando te acuestas tan cansada tu cuerpo solo se preocupa de dormir, y no de soñar, o igual sí sueñas, pero tan, tan profundo que al día siguiente no te acuerdas. Por eso debe ser que cuando estamos malos soñamos más, supongo que soñaremos igual, pero al estar en ese duermevela febril acabamos estudiando lo que soñamos en cada tiritona.

Complejo el mundo del sueño, pero lo que más me llama la atención son los sonidos. Los de las pesadillas son horrorosos, porque a veces, el crujir de la ramita en el sueño, esa noche oscura y solitaria que ha creado tu subconsciente, después de ver una película o de tener un mal día, se hace casi real, haciéndote abrir los ojos, y dándote cuenta de que en realidad es que han arrastrado una silla en el piso de abajo. Pero, ¿qué fue antes, la silla o la ramita? A lo mejor el subconsciente nos retarda los sonidos, primero oímos la silla y él lo enlaza con el crujido de nuestra pesadilla o quizá sea solo otra casualidad, como tantas de la vida.
Sin embargo me gusta pensar que lo que soñamos es el eco de lo que está siendo vivido, el eco de nuestra realidad. No solo en los sonidos de los sueños, si no en los olores, los sabores, los tactos, las sensaciones que soñamos y que algo tienen que ver con lo que anteriormente hemos vivido. Parece un intento de nuestra mente para agarrar las cosas importantes, o que creemos así, y que no las olvidemos. A veces, cuando despertamos y saboreamos unos segundos entre el sueño y la vigilia, vemos tan intrascendente lo que hemos soñado esa noche que lo apartamos inmediatamente de nuestra mente y lo olvidamos para siempre, pero quizá es que no nos damos cuenta, por no prestar la atención que merecen, de que los sueños nos hacen revivir momentos ya vividos, desde un punto de vista diferente, el de nuestro propio subconsciente, como cuando escuchas tu propia voz resonar en las montañas, nunca suena de la misma manera aunque lo parezca.



1 sept 2013

Se trata de saltar sin exaltarse

Debemos tener bien claro qué es saltar y qué exaltarse, porque entre lo uno y lo otro hay una diferencia de un paro cardíaco.

Supongamos una hipotética y poco frecuente situación: supongamos que alguien hace algo, y no especifico si es a nosotros directamente, que nos resulte molesto o nos parezca injusto, aquí sí dejo bien claro la referencia al nosotros. Sabemos que no nos gusta lo que la otra persona ha hecho, ya sea a conciencia, lo que sería bastante feo, o sin mala fe, la cuestión es que tenemos claro que no estamos de acuerdo.
Llegados a este punto distinguimos varios tipos de sujeto, usualmente dos: por un lado el, no voy a llamarlo perezoso, sujeto que decide oír, ver y callar; tiene conciencia de la situación y de lo que a él le parece pero prefiere mantenerse al margen, sin intervenir, quizá por miedo, quizá por vagancia, o simplemente por el hecho de no discutir, ya que esto implica un esfuerzo (¿esfuerzo? ¿qué es eso?), en resumen, también por vagancia.
El otro sujeto suele ser el extremo opuesto, el que, además de ser plenamente consciente de la situación y de lo que piensa al respecto, lo grita a los cuatro vientos sin dejar escuchar, ni siquiera a él mismo, otros puntos de vista. Digamos que, presa de la rabia y la frustración, originadas por esa injusta o molesta hipotética situación, se ve invadido por una exaltación incontrolable que, a ojos del resto, le hace parecer un demente, y esto último resulta completamente improductivo.
Yo creo que lo que debemos hacer es saltar, no exaltarnos. Lo único que conseguimos con una exaltación descontrolada es que absolutamente nadie nos preste atención, por mucha razón que tengamos. Es una cuestión de formalidad. La forma de decir las cosas resulta, la mayor parte de las veces, más importante que la cosa en sí. Puede parecer trágico, ya que denotamos con ello que la sociedad está dispuesta a prestar más atención al envoltorio que al paquete propiamente dicho; pero la gente es asustadiza y orgullosa y no acepta cuatro gritos por muy impregnados que estén de la más pura razón; como cuando riñes a un niño, que a veces lo único que consigues es hacerle llorar.
Sin embargo el primer sujeto me parece excesivamente pasivo, por lo que creo conveniente la aparición en escena de un tercer sujeto, un sujeto que se encuentre en el término medio entre los dos anteriormente citados.
Creo que no se trata de huir de la discusión, por el motivo que sea, y tampoco creo que se trate de imponer una única razón sobre el resto. Se trata, en mi modesta opinión, de hacer saber el desacuerdo no con ánimo de convencer, sino con ánimo de informar. Se trata de saltar, saltar siempre, pero sin exaltarse.


24 ago 2013

Una historia de amor llena de sal

El amor que profesan las olas a las rocas no es ningún misterio. Esta historia de amor sigue viva desde hace años y no parece dispuesta a desgastarse.
Las olas, presurosas y coquetas, se preparan todas juntas desde mar adentro, se adornan con cenefas blancas de espuma en sus crestas y avanzan hacia la orilla. Algunas van decididas, deprisa, con galantería, sin prestar atención a las jóvenes que, también enamoradas, avanzan con menos seguridad en la misma dirección.
Las rocas las ven venir desde lejos e, impertérritas, contemplan su baile sensual de agua sin dignarse a seguirlas con la mirada según estas van acercándose. Al sentir su roce húmedo permanecen igual de firmes y, con la misma indiferencia, miran al horizonte.
Una tras otra las olas van intentando llegar a sus amadas, llamar su atención con un baile frenético de marejada y, a pesar del desinterés de estos, no cejan en su empeño; lanzan al viento sus cenefas de sal y estas quedan prendidas en los mejillones adheridos a la piedra, convertidos, por estar tan cerca de las rocas, en la envidia de las desesperadas olas.
Una ola joven se acerca temerosa a un hermoso y alto peñasco al que podía ver desde alta mar a la luz de la luna y del que se enamoró casi sin darse cuenta. Solitario, separado del resto de rocas, con su enigmática actitud, exenta del resto, provoca en la tierna ola un sin fin de sensaciones que la animan a acercarse un poco más y rozar su piel sumergida, cubierta por las algas. Prueba, como sus compañeras, a lanzar, con la mayor gracia posible, su cenefa salada, pero apenas le roza el cuello a aquella impertérrita mole. No quiere rendirse y durante horas intenta llamar la atención de su amado, le acaricia, intentando llegar a su boca, pero no tiene suficiente fuerza para alcanzar su beso.
Sin embargo, a pesar de esa aparente imperturbabilidad, el amor de las olas es mucho más fuerte que cualquier apatía y ciertas partes de las rocas acaban desprendiéndose de su origen, como todo amor que siempre se lleva algo de nosotros, dejándonos pequeños vacíos que solo pueden llenarse de memoria.
Y es que llega un momento en el que las rocas se dan cuenta del amor de las olas, son capaces de sentir su beso, su caricia, porque de un momento a otro puede subir la marea.


22 ago 2013

¿Dónde se han escondido los poetas?

¿Dónde están los que tiemblan al escuchar una rima?
¿Dónde están aquellos que saborean las palabras como si fueran almendras garrapiñadas, poquito a poco, mientras se hacen agua en la boca?
¿Dónde están aquellos a los que un verso sí les cambia el poema?
Los poetas se esconden, ¿por qué se esconden los poetas?
Se esconden porque el mundo ya no tiembla, porque ya no se estremece si no es de frío, y el mundo debería temblar de amor. De amor, de tristeza, de alegría, de miedo, de algo. Necesitamos sentir y tenemos miedo de hacerlo. Los poetas tiemblan porque sienten y a la par se sienten solos y se esconden. Algunos se esconden y leen versos, otros escriben algún relato, otros piensan mirando al mar mientras cierran los ojos en la habitación de su piso.
Qué difícil es descubrir a un poeta, allí, sentado en un banco, con un aura diferente, poco distinguible a los ojos de un mundo que no tiembla. Lo curioso es que si alguna vez quieren mostrarse lo hacen a la luz del día, plenamente, o en su defecto de noche, a plena luna. Nunca lo hacen a la luz de una pantalla porque son demasiado costumbristas, en todo caso con algo de papel
¿Dónde estarán los poetas?
En el metro, contemplando las vidas de la gente que se plasman en los rostros aparentemente tediosos, inventando su historia en la cabeza; callados, en una parada de autobús, sintiendo como el viento remueve el pelo desde la raíz a la punta y dejándolo volar; sentados a tu lado, en un pupitre de clase, subrayando en el libro de texto una frase curiosa; paseando por la calle, quizá con algo de prisa por llegar a la biblioteca una mañana que le apetece leer a Benedetti, escuchando una canción de Yann Tiersen mientras las yemas de los dedos tamborilean en los vaqueros queriendo tocar las notas que suenan.


Los poetas se esconden con nosotros, que también nos acabamos escondiendo porque tenemos miedo de sentir. Y es que no es poeta aquel que sabe de memoria una estrofa, ni tampoco quien escribe cuatro versos. Un poeta puede no llegar a escribir nunca nada, pero lo que siempre hará un poeta es sentir.


16 ago 2013

La bipolaridad de la arena de playa

-Bueno,- le dijo la arena al mar- pero en ti nadie puede dejar huella. 
A lo que el mar contestó:
-Y las que dejan en ti yo las deshago.

El olor a playa es muy característico, se compone esencialmente de algas y crema solar, aunque según mi madre, también huele a barquillos.
Las chanclas resbalan sobre las pequeñas dunillas y la arena te raspa en la planta al meterse entre tu pie y el plástico de extraña gomaespuma. Acabas por quitártelas y empiezas a notar el calor de los granos, que es cada vez más insoportable; terminas caminando de lado y la arena se jacta de poder trepar hasta el empeine y jugar entre los dedos.
Cuando parece que no vas a poder aguantar más ese calor tan horroroso llegas a la orilla, donde los granos se ven obligados a acallar su prepotencia al contacto con las olas, y se muestran agradablemente frescos y compactos. Cuando una ola alcanza tus pies y regresa a su mar como esperando que la persigas, percibes que la fuerza de la misma ha creado un pequeño hoyuelo alrededor de ellos, del cual tienes que salir por resultarte poco estable. La historia se repite varias veces hasta que una ola más caprichosa decide trepar hasta los tobillos haciéndote retroceder unos pasos para volver a avanzar al rato, ya sin miedo a que otra te alcance las rodillas. Alguna mordaz piedrecilla se te clava en el talón y te hace dar un paso al lado contrario, buscando de nuevo la suavidad de la que ahora te parece una superficie tan suave e ideal. La arena te recibe dejándote hundir el empeine y resbalando por él cuando das otro paso más. 
Poco a poco vas metiendo todo el cuerpo, con ayuda de algunas olas libertinas que se empeñan en alcanzar cada vez partes más altas. La arena vuelve a tornarse caprichosa y se entremezcla con el pelo descendiendo hasta los ojos. Ahora ya no le haces caso, las olas se han convertido en lo importante y los algunos granos celosos se ocultan entre los pliegues del bañador. No volverán a aparecer hasta que te des una ducha en casa.
Al salir, la arena seca, envidiosa de aquel agua salada, se agarra ávida a toda piel mojada que ose tocarla. Al cabo de un rato de caminar sobre ella se siente más segura y empieza a despegarse. 
De vuelta al coche llega la parte más difícil: los pies están limpios de la misma pero siempre queda el dichoso riachuelo que cruzar y un trecho más de arena seca. Para no enfadarla, procuras prácticamente levitar sobre el agua con las chanclas, apoyando levemente la suela, pero irremediablemente unas gotas de agua, esta vez salada solo en potencia, se cuelan entre los dedos; la arena, que espera al otro lado, ardiente de celos, se aferra con mucha más gana a cualquier parte húmeda de la piel. Por más que te esfuerzas por no rozar los granos, caminando despacio y suavemente, los más atrevidos, terminan llegando hasta tus pies y tienes que acabar cediendo: te quitas las chanclas y caminas de nuevo por aquella superficie abrasadora. Ya más tranquila, la arena decide despegarse, sin embargo algunos de sus más condescendientes vasallos permanecen adheridos para asegurarse de dejar constancia. Los demás se quedan, esperando a los siguientes pies que se atrevan a cruzar mojados.



7 ago 2013

El enigma de los felinos

Los perros mueven la cola de contento, ¿por qué mueven la cola los gatos?
Nunca jamás en mi vida he visto un gato contento. He visto a gatos pachorros, cuando a veces les acaricias la tripa y empiezan a emitir ese ruido gutural llamado comunmente ronroneo; he visto gatos acechantes, preparados para saltar sobre una mosca, algún pajarillo o, lo que es más común, para ir a recibir su cuenco de pienso; he visto gatos soberbios, mirando con superioridad caer las gotas por el cristal una tarde de lluvia como pensando: Así es, lluvia estúpida, tú intentando entrar en casa, sin ninguna posibilidad de conseguirlo, y yo dentro de ella, bien calentito.
Nunca he visto un gato plenamente feliz, parece no estar incluido dentro de su comportamiento. Es una lástima.
Sin embargo sí he visto muchas veces gatos melancólicos, de hecho creo que la mayoría de las veces que nos cruzamos con un gato se trata de un gato melancólico. Pero no hemos de confundir jamás un gato melancólico de un gato triste. Según Víctor Hugo, la melancolía es la felicidad de estar triste, pues eso es exactamente lo que les pasa a los gatos. Parecen estar orgullosos de su tristeza interior, parecen querer mostrarse como seres pensantes y cabizbajos todo el tiempo pero, ¿en qué piensan los gatos cuando se quedan mirando a la nada de esa manera? A lo mejor sí son felices, pero a su manera, pensando, o no pensando, pero mostrándose pensantes. A lo mejor para un gato lo único importante es aparentar, porque es realmente sospechosa la lentitud con la que pestañean, a ver, ¿por qué lo hacen tan despacio? Incomprensible. La única respuesta que se me ocurre es que pretendan resultar interesantes, con todo bajo control. Sin embargo es difícil ocultar la melancolía cuando esta te embriaga, incluso para un gato. Es claramente distinguible un ser que pulula lleno de ella, sin que necesariamente tenga que ser de familia felina. Nadie es capaz de ocultarla porque es demasiado atrayente para el resto del mundo, o quizá para aquellas personas un poco más observadoras. Y es que podría afirmar casi con total certeza que la atracción por alguien melancólico es casi la misma que la atracción por alguien alegre y contento, puede que incluso más. La felicidad es un enigma para el ser humano, sobre todo para el de la actual sociedad, y la curiosidad es una de las fuerzas motrices más fuertes para el hombre.
Nunca sabes en qué está pensando un gato, y por esa misma razón no hay ni una sola persona en el mundo que pueda afirmar con convicción que no le gustan los gatos.



3 jul 2013

Somos hormigas

...
-¿Planteas entonces un mundo en el que todos sean filósofos, que todos tengan derecho a todo tipo de conocimiento?
-Claro.
-Ya, bueno, pero, siendo un poco extremista, creo que así no se podría avanzar.
-Y eso ¿por qué?
-Bueno, está claro que tiene que haber alguien que haga ese trabajo que nadie quiere hacer.
-¿Quieres decir que tiene que haber... curritos?
-Sí. Si todo el mundo se licenciara ¿quién querría recoger la basura o barrer la calle en lugar de estar cómodamente sentado en un blando sillón de un despacho en el piso 297 de una torre de Nueva York cobrando 1000 dólares al día?

Claro, cuando te plantean esto tú te quedas con cara de boba mientras el otro pasa a otro tema seguro de que la pequeña discusión se ha zanjado a su favor; pero en realidad tú no estás conforme.
Parecemos hormigas; cada una con una función predeterminada, prácticamente, antes de nacer. Ahora, dependiendo de los ingresos que tenga tu familia, puedes estudiar o no, costearte una buena universidad o no, e incluso colocarte en la torre más alta de Nueva York o quedarte 297 pisos más abajo limpiando la acera. Somos hormigas que buscan un sustento para la comunidad, riquezas para un sistema gobernado por la gran reina, sin pensar en nada más que en nutrir y defender su hormiguero. Nosotros estudiamos para colocarnos lo más alto que se pueda y poder ganar el mayor sueldo posible. Antes si le preguntabas a un niño qué quería tener de mayor te decía que un barco, un avión... pero ahora reducen sus sueños a un buen coche y un chalet con piscina; antes cuando un niño quería ser futbolista lo deseaba por el placer de jugar al balón, no por el dinero que se gana. Todo el mundo quiere estar sentado cómodamente en el despacho del piso 297, pero ya no por estar sentado cómodamente, sino porque saben que tienen en sus bolsillos 1000 dólares diarios.

Sin embargo si pensamos en el tema podemos llegar a deducir que todo depende. Si alguien que limpiara la calle cobrara esos 1000 dólares aquel que se limita a desgastar el cuero de su sillón tuviera el sueldo que actualmente tiene un barrendero a lo mejor las cosas cambiaban. ¿Quién querría ser qué? A lo mejor deberían estar pagados los trabajos que cuestan mayor esfuerzo, ¿no?

En mi opinión en el mundo no tiene que haber de todo sino que todos tienen que hacer de todo. Todo el mundo tiene que tener el mismo derecho a estudiar que el de construirse una casa o por lo menos tiene que saber hacerlo, sin complejos. Vivimos en un mundo de hidalgos en el que el trabajo y el esfuerzo está infravalorado. ¿Para qué vas a esforzarte en estudiar si puedes copiar y sacar más nota que el resto? ¿Por qué vas a escalar la montaña si puedes pisar a unos cuantos y llegar antes a la cima?

A lo mejor, o a lo mejor no, al llegar arriba te encuentras con que eres una hormiga con ropa cara subida en una piedra y seguramente, ya que no te han enseñado otra cosa, lo tuitearás.



18 mar 2013

Miedo a la soledad

Antes de empezar sugiero que se eche un pequeño vistazo a este vídeo.



Hace unos años, tenías en tu poder una navaja suiza Victorinox de catorce usos y sentías que ya no necesitabas nada más. Ahora, tienes un Smartphone y tampoco parece hacerte falta nada más.

Sin embargo un teléfono es como un cuchillo. Es una herramienta útil, pero si la utilizas inadecuadamente puedes hacerte daño.
Ya he hablado muchas veces de teléfonos desde diferentes puntos de vista pero esta vez voy a hacerlo desde el punto de vista de una persona solitaria.
Yo tengo la sensación de que desde que uso whatsapp, por ejemplo, soy más propensa a sentirme sola. Qué raro, dirán, pues si tienes whatsapp estás en continuo contacto con tus amigos.
Punto número uno: no estoy en continuo contacto, estoy en contacto relativo.
Punto número dos: en su gran mayoría no son mis amigos, sino más bien conocidos o incluso simples contactos. Desgraciada o afortunadamente no tengo tantos amigos.
El contacto que podamos tener con nuestros whatsapperos es muy limitado. Bueno, sí, está bien mandar algún mensajillo, una bobada de vez en cuando o incluso cosas serias, pero no convertirlo en una necesidad. En el bus, nada más salir de clase, al llegar a casa, en el coche... nos metemos en una especie de círculo agradable que te mece haciéndote creer que no estás solo, que esas personas que te mandan todo tipo de mensajes-bobada están ahí, pero no es así. Te mareas y no lo ves, pero el ser humano, aunque busca la compañía por naturaleza, nace solo y muere solo. Sin embargo para cuando nos damos cuenta de esto, el círculo está tan vacío como nuestras mentes. "Antes los solitarios leíamos versos, así por lo menos pensábamos en algo" oí una vez. Ahora no pensamos, solo hablamos.
Y la necesidad nos la provocan. "Oh, ¡qué bonitas y buenísimas fotos saca mi teléfono!, ¡puedo hasta tirarle agua por encima!" te felicito, pero la cámara más buena que tenemos es el ojo humano y a veces, preocupados de inmortalizar los momentos virtualmente, nos olvidamos de hacerlo con el alma que es lo verdaderamente importante.

11 feb 2013

Así te necesito

Así te necesito


Como la luz precisa de la noche

para encontrar su vida,

o el acorde reclama su silencio,

para encender su risa.

Como el amor la soledad pretende

para entender su enigma

o la vida depende de la muerte

para ser concebida,

así te necesito, y en tu ausencia

yo no soy todavía.


                      Ali


30 ene 2013

Todo empieza con un detalle


Existe el llamado “umbral del dolor” que es lo que básicamente despierta al dolor. Bien, pues igual que hay un umbral que mide lo que te hace daño también hay otro que mide lo que te gusta. Me explico, yo lo llamaría el “umbral del gusto” o algo así, y me parece mucho más atractivo que el anterior.
Si alguien ha vivido toda su vida en un ambiente de juerga superficial, por ejemplo, quizá otros le miren diciendo: pobrecillo, qué banal, seguro que eso no le gusta realmente.
Mentira. Solo nos puede gustar lo que conocemos. Lo triste es que a veces tenemos la oportunidad de conocerlo y luego lo dejamos escapar. Entonces sí se pasa mal.
Pero para salvarnos inventaríamos el “umbral de la curiosidad” y este sería básicamente lo que despertara nuestra curiosidad. Es verdad que algo no te puede gustar nunca si no lo conoces, pero sí puedes tener más o menos ganas de conocerlo, aunque no sepas ni lo que quieres conocer. Curiosidad.

Estás agobiada, necesitas tomar el fresco, la presión del examen del día siguiente te ha robado el aire que había en tu habitación. Sales al balcón, y mientras respiras la brisa de la tarde, te estiras sonriendo. Entonces, de repente, se te cae un pajarillo del tejado. Así, de repente.       Lo coges, lo miras, te preguntas de dónde habrá salido, por qué se habrá caído… y a partir de ese momento empiezas a fijarte en los pájaros. Aprendes de qué clase son, si emigran, dónde viven, cómo hacen sus nidos. Quizá llegues a convertirte en ornitóloga y viajes por el mundo.

Ves tocar a un violinista en la calle, eres pequeña y te apetece dejarle una moneda en la funda custodiada por un perro ya viejo. Correteas vergonzosa y se la dejas mientras el violinista, sin dejar de tocar, te lo agradece con una sonrisa. Tiempo después te ofrecen tocar un violín, y con la misma sonrisa que te dedicó el músico callejero, tocas tres o cuatro notas desafinadas. Te gusta. Años más tarde decides estudiar violín. Te interesas, vas a conciertos, estudias las obras con perseverancia y haces cursos para mejorar tu técnica. Quién sabe, a lo mejor algún día llegas a tocar delante de miles de personas que pagan por escucharte un montón de dinero. Pero ojala eso no te importe.

¿Pura curiosidad? Puede, pero todo empieza con un detalle.



4 ene 2013

Bach te hace la boca agua

Comer te produce una satisfacción indescriptible. Y más, claro está, si comes aquello que te gusta. Un postre delicioso, una ensalada fresquita en un día caluroso, una fruta mientras vas de monte o una taza de colacao cuando hace frío. 

Estamos a mediados de Julio. Hace un calor sofocante pero es que encima hoy toca marcha. Nos ponemos la menor cantidad de ropa que podemos: un pantalón cortísimo y una camiseta de tirantes. Las botas son lo peor, te achicharran los pies. Empezamos a subir, chorreando, la cuesta arenosa, mientras el sol nos machaca la cabeza que, a pesar de gozar de la protección de la gorra, se nos va recalentando. Al fin hacemos un descansito. Nos sentamos al borde de un arroyuelo de por allí cerca y metemos los pies en el agua helada. Poco después nos llaman para darnos un pequeño tentempié. Un polo, nos dan un maravilloso e industrial polo de frutas. Está muy frío, lo sabemos por las caras de satisfacción de los compañeros. Vemos como la gente se lo va llevando a la boca mientras la cola se hace más corta. Cuando al fin nos lo dan nos sentimos en la gloria más absoluta.

Principios de Enero, no nieva pero poco le falta. Todo es quietud mientras bajo la cuesta con cuidado de no resbalarme con el hielo de las baldosas. Hace daño oler la noche de lo frío que está el aire. Me subo la bufanda hasta la nariz para respirar un poco más caliente. No siento las manos. Bueno, ni las manos ni los pies. Noto como se me cuela una rafagita de aire por la barriga, se me ha olvidado meterme la camiseta por dentro pero no pienso arriesgarme a sacar las manos de los bolsillos. Por fin llego a casa. Me recibe un delicioso calor de hogar. Con el abrigo puesto voy a la cocina y me caliento leche. Miel, canela, un chispirrín de nata y está listo. Me siento en una banqueta y mientras observo por la ventana el frío que deben estar pasando las farolas de mi calle me tomo mi taza de leche caliente con una felicidad extrema.

Reconozco que me gusta comer cosas ricas en el momento idóneo. Creo que es lo más gratificante que existe, culinariamente hablando. Me gusta casi tanto como tocar una obra. No una obra cualquiera, no, una obra de Bach.

Hace unos días me preguntaron que cuál era mi compositor favorito. Bueno, es una pregunta complicada, un solo compositor que sobresalga entre el resto... Bach, claro. "Y ¿por qué?" me preguntaron y yo le contesté: porque cuando toco Bach se me hace la boca agua.