7 jun 2015

El seguro caparazón o la regla de los don Quijotes

Mi padre siempre me dice que en la vida hay que evitar las hostias. Claro, porque duelen mucho.
Y pienso yo, lo que hay que hacer es no darse hostias a lo bobo.

A veces pienso en esa gente que te mira desde la mirilla de su caparazón, seguro, calentito, acogedor..., miran ese mundo de fuera, peligroso, lleno de dolor. Pienso en todos los golpes que se evitarán metidos ahí dentro. Sí, se los evitarán, pero también se evitarán el resto:
Todos los llantos que no eran de pena, el aire en la caída, el orgullo de volver a levantarse, los abrazos que te arropan la tristeza...

El caparazón es un seguro de vida que no te deja vivir.

Yo le respondía a mi padre: Papá, yo quiero ser como don Quijote, que iba por la vida gritando a los vientos los principios con los que defendía sus sentimientos.
Ya, me dice él con los ojos un poco húmedos, pero a don Quijote no le daban más palos porque no podían.

Le miro un rato y pienso que en realidad él es como yo y que también fue un don Quijote, pero ahora su labor es hacer de seguro caparazón. Ahora le toca arropar y advertir; pero por muchos libros que le quemaran a don Quijote él siguió pensando que podía cambiar el mundo, y se lanzó a intentarlo.

En fin, pienso, al final un poquito sí que lo cambió; al menos un buen porcentaje de la población mundial ha oído hablar de él.
Así que le contesto a mi padre:
Sí, papá, todo eso yo ya lo sé y tú también, pero en la vida yo quiero ir con el corazón por delante.