30 jun 2012

Los mejores besos están en la mejilla

Me acuerdo cuando pensábamos que los besos en la mejilla eran algo especial. Creíamos que al dar uno era como besar en la boca, aunque claro, eso era inimaginable.
Me acuerdo una vez que bajábamos la escalera del colegio camino de aquel gimnasio oscuro que olía a sudor viejo. Íbamos en fila india, cada uno hablando con sus amigos. A lo mejor teníamos siete u ocho años, quizá menos, me acuerdo que yo era incapaz de entender las restas llevadas.
A mi me gustaba un niño, lo llamaremos Rigoberto para ocultar su identidad, dado que pocos niños de hoy en día tienen un nombre como ese. Rigoberto me gustaba como les gusta a las niñas de siete años o menos, que no se si se puede llamar gustar, aunque supongo que sí. Yo no era muy sonriente, ni tampoco la más guapa, ni la más lista, ni la que tenía todos los lápices de colores, pero al bajar esa escalera ocurrió que estaba a su lado y de dos de sus amigos también. No me acuerdo bien de cómo empezó la conversación pero sí de cuánto le agradecí a Jesús que la empezara.
Dijo de pronto que qué más daba dar un beso en la mejilla, que al fin y al cabo solo era un beso y además en la mejilla. Acto seguido me dio uno y luego otro a su compañero. Supongo que me quedé cara de sorprendida porque me extrañaba ver a dos chicos besándose. Da igual que le dé un beso, me decía, porque es en la mejilla. 
Así que nos fuimos turnando, Jesús me dio uno, luego yo a su amigo y él a mí y por fin le tocó a Rigoberto, el niño que me gustaba. El primer beso en la mejilla que recuerdo con claridad que me dio un chico fue el suyo. A pesar de que intentábamos convencernos entre nosotros de que era ridículo no darlos dado que eran besos en la mejilla, y solo en la mejilla, rozábamos rápidamente el moflete de los otros porque, aunque no quisiéramos admitirlo, nos moríamos de vergüenza.
Por supuesto, después de ese plácido momento no volvimos a darnos más besos en la mejilla. Me parece que fue porque ambos éramos demasiado tímidos como para admitir que nos había gustado tanto.

Qué tontería, piensa ahora cualquiera de más de siete u ocho años, un beso en la mejilla es una bobada. Ahora solo se dan besos en la mejilla a la gente que no conocemos de nada. A veces para presentarnos pero otras ni siquiera, dado que sencillamente nos golpeamos mutuamente los carrillos.



Sin embargo, cuando te dan un beso en la mejilla bien dado, sientes un hormigueo que acaricia esa felicidad que solo siente un niño de siete u ocho años.

23 jun 2012

"Nos acostumbran a contar ovejas para poder dormir"

La oveja es un mamífero bípedo, pentadáctilo, monogástrico, doméstico, usado como ganado. Se originó a partir de la domesticación del muflón en Oriente Próximo hacia el IX milenio a. C. con el objetivo de aprovechar su fuerza, sus ideales, y su cerebro. Tienen una longevidad de 80-85  años.


"Desde pequeños nos acostumbran a contar ovejas para poder dormir".

                                           


La mayor parte de las personas tendemos a la comodidad. Quién no, me dirán, pero alguno se salva.
Mucho más cómodo es tirar un papel de chicle al suelo, comer y dejar migas en el sofá, copiar en un examen, comprarse un móvil cuando al viejo se le ha rayado una esquinita del botón "OK"...
Es mucho más fácil mirar la tele que leer un libro, comer palomitas en el cine que salir en bici, escribir "xq" en vez de "porque"...
Es mucho más cómodo que te den la comida a tener que hacerla tu, pero a veces las galletas están rancias.

El camino fácil es fácil tanto para las ovejas como para el pastor. El pastor solo tiene que hacerles la vida un pelín más cómoda, dándoles ropa, tele, comida, consumo..., y después, cuando su cerebro se haya acostumbrado a no pensar, las guiará hasta el redil que le convenga. Aunque, dado que es tan fácil ser ovejas, seamos ovejas todos, corramos donde nos diga nuestro pastor, él nos cuida. 
Lo siento mucho pero yo quiero seguir siendo un muflón. Un muflón libre de pensamiento y de actos dentro de lo posible. Pero sobretodo de pensamiento. Pueden dejarnos sin trabajo, embargarnos el piso, prohibirnos hablar, dejarnos sin nada, pero el pensamiento no van a poder arrebatárnoslo. 

Si acudimos al refugio del rebaño acabaremos en el matadero.


7 jun 2012

El Oso Pérez

De niños éramos menos vagos. Bueno, a lo mejor no menos vagos pero teníamos menos pereza. Quizá sea porque nos obligaban a hacer las cosas o a lo mejor porque teníamos menos en qué pensar.

Remontémonos a los nueve años. Íbamos al cole, a música, a inglés, a pintura, a natación... algunos incluso iban a clase por la tarde o tenían gimnasia rítmica o equitación. A pesar de todo todavía nos daba tiempo a hacer los deberes, bañarnos, cenar y meternos en la cama a las diez. Y aún sobraba tiempo para cogerse una rabieta con papá, llorar porque no te gustaban los fréjoles o jugar con tus muñecas hablando sola en tu cuarto como una loca.

Actualmente nos quejamos por tener dos exámenes el mismo día.



Los seres humanos tendemos a la pereza. Sin embargo me hace gracia que a veces, cuantas más cosas tenemos que hacer más nos molestamos en hacerlas. Por ejemplo, en una clase: tres chicos van al instituto seis horas. Por la tarde tienen otras cuatro de escuela de idiomas, dos de ellos tienen un grupo de rock, el otro va al conservatorio. Nada más llegar a casa, como a las nueve o diez de la noche, se ponen a hacer la cena y después de cenar estudian lo que deben para el día siguiente. Para completar, los tres viven fuera de la ciudad y tardan una hora en desplazarse.
Por otro lado hay otros tres chicos de su misma clase que van seis horas al instituto, llegan a casa, ven un rato la tele después de comer, duermen otras tres horas, juegan un poco al ordenador, se meten en el tuenti y se van a dormir después de cenar. ¡Qué suerte!, tienen todo el tiempo de el mundo para hacer todo lo que se propongan.
Ahora llegamos al momento en el que comparamos las medias académicas de unos y otros. Los primeros saben lo que estudian en el instituto, idiomas, música y seguramente tengan alguna otra afición a la que se dediquen, sin embargo los tres restantes no. Eso sí, seguro que los primeros tienen dos o tres horas menos de sueño.
Quizá sea una cuestión psicológica, si te estresas más, te ves más a premiado por el tiempo y te ves obligado a pensar más deprisa y a hacer todas las cosas que tienes que hacer lo mejor posible. Sin embargo yo creo que es una cuestión de organización. No hace falta estresarse, aunque a veces es inevitable, si tienes menos tiempo tienes que administrarlo bien pero si te sobra el tiempo y te confías se te acaba echando encima.
Seguro que si administramos las gotitas de nuestro tiempo seremos menos perez-osos.