Me acuerdo cuando pensábamos que los besos en la mejilla eran algo especial. Creíamos que al dar uno era como besar en la boca, aunque claro, eso era inimaginable.
Me acuerdo una vez que bajábamos la escalera del colegio camino de aquel gimnasio oscuro que olía a sudor viejo. Íbamos en fila india, cada uno hablando con sus amigos. A lo mejor teníamos siete u ocho años, quizá menos, me acuerdo que yo era incapaz de entender las restas llevadas.
A mi me gustaba un niño, lo llamaremos Rigoberto para ocultar su identidad, dado que pocos niños de hoy en día tienen un nombre como ese. Rigoberto me gustaba como les gusta a las niñas de siete años o menos, que no se si se puede llamar gustar, aunque supongo que sí. Yo no era muy sonriente, ni tampoco la más guapa, ni la más lista, ni la que tenía todos los lápices de colores, pero al bajar esa escalera ocurrió que estaba a su lado y de dos de sus amigos también. No me acuerdo bien de cómo empezó la conversación pero sí de cuánto le agradecí a Jesús que la empezara.
Dijo de pronto que qué más daba dar un beso en la mejilla, que al fin y al cabo solo era un beso y además en la mejilla. Acto seguido me dio uno y luego otro a su compañero. Supongo que me quedé cara de sorprendida porque me extrañaba ver a dos chicos besándose. Da igual que le dé un beso, me decía, porque es en la mejilla.
Así que nos fuimos turnando, Jesús me dio uno, luego yo a su amigo y él a mí y por fin le tocó a Rigoberto, el niño que me gustaba. El primer beso en la mejilla que recuerdo con claridad que me dio un chico fue el suyo. A pesar de que intentábamos convencernos entre nosotros de que era ridículo no darlos dado que eran besos en la mejilla, y solo en la mejilla, rozábamos rápidamente el moflete de los otros porque, aunque no quisiéramos admitirlo, nos moríamos de vergüenza.
Por supuesto, después de ese plácido momento no volvimos a darnos más besos en la mejilla. Me parece que fue porque ambos éramos demasiado tímidos como para admitir que nos había gustado tanto.
Qué tontería, piensa ahora cualquiera de más de siete u ocho años, un beso en la mejilla es una bobada. Ahora solo se dan besos en la mejilla a la gente que no conocemos de nada. A veces para presentarnos pero otras ni siquiera, dado que sencillamente nos golpeamos mutuamente los carrillos.
Sin embargo, cuando te dan un beso en la mejilla bien dado, sientes un hormigueo que acaricia esa felicidad que solo siente un niño de siete u ocho años.
prrr tienes el blog abandonado, ya no puedo leer mas :(
ResponderEliminarhttp://bailandobajolalluvia13.blogspot.com.es/
precioso Ali
ResponderEliminarSigue escribiendo así, me encanta!
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