El chocolate que cada uno lo tome como quiera, pero las cosas tienen que estar claras.
Hay una nueva tendencia social que parece entusiasmar al personal y es aquello de no decir las cosas claramente. Bueno, no es tan nueva, siempre ha habido cierta atracción hacia eso de hacer comerse la cabeza a otros, para lo mal que nos sienta que nos la hagan comer...
Lo malo es que en el fondo, e inevitablemente, a nosotros nos encanta comernos el coco. Es algo inexplicable que, ante una situación de incertidumbre, a pesar de rabiarnos hasta la médula al saber que hay cabos que se nos escapan del nudo requerido, nos enganchamos a las cuerdas desatadas y nos vamos enredando en ellas mientras comemos, con avidez, nuestro coco, tratando de entender ese algo que nos resulta tan confuso.
Pero, dejando poetizaciones aparte, se me antoja bastante contraproducente el que nos guste nuestro propio coco, gastronómicamente hablando me refiero. Está muy bien saborearse de vez en cuando la mente, pero no darse atracones cada vez que algo escapa a nuestro entendimiento.
Hay especialistas en cocos, y los hay de varios tipos: están los psicólogos, encarnados en la persona de un buen amigo que te pone las cartas sobre la mesa, y por otro lado están los fruteros, quienes más bien se encarnan en tipos inseguros que adoran dar mil vueltas a las cosas y luego te dan un melocotón demasiado poco maduro. Es este último tipo el que saca de quicio, ¡maldita su manía de no hablar claro! Si hay un receptor y un emisor yo exijo, por mi parte, un mensaje conciso, y si no que no vengan a darme la tabarra. Me gusta mi coco, pero no tanto como para acabar con él a dentelladas.
El problema que veo es que esa tendencia de no decir las cosas claras tiene que ver con no tenerlas uno mismo. De modo que llegamos a la conclusión de que tanto psicólogos como fruteros, y quizá especialmente los segundos, tienen un vicio enorme por su coco.
El coco es una fruta adictiva, y sobre todo si nos referimos a la mente; puede estar bien comerse un poquito la cabeza de vez en cuando, pero no tenerlo por costumbre. Así que a ver si hacemos el favor de no empacharnos, y sobre todo, de decir las cosas claras.
"...no decir las cosas claras y no tenerlas uno mismo." Expresar verbalmente los pensamientos ayuda a tenerlos más claros y cuanto más claros estén mejor podremos expresarlos. El problema es que no nos educan para un discurso elaborado que propicie un pensamiento elaborado; y el futuro pinta mal con las enseñanzas de letras en estado calamitoso. Es más cómodo gobernar mentes simples que para comunicarse se apañan con emoticonos.
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