Subir
la escalera con un colacao calentito, en diciembre, o en enero, después de un
día de estudio intenso, pero cuando sabes que ya te toca descansar. Hundirte en
el puf, que te parece lo más blando de este mundo después de toda la tarde
sentada en una silla-piedra, y empezar a bebértelo a sorbitos mientras miras
sin pensar en nada un interesantísimo punto en el suelo.
¿Sin
pensar en nada? No, igual sí que estás pensando en algo; estás pensando en lo
cansada que estás y lo bien que va a saberte la cama, en el sueño profundo en
el que te vas a mecer en unos instantes. Por un lado te da pena, porque cuando
te acuestas tan cansada tu cuerpo solo se preocupa de dormir, y no de soñar, o
igual sí sueñas, pero tan, tan profundo que al día siguiente no te acuerdas.
Por eso debe ser que cuando estamos malos soñamos más, supongo que soñaremos
igual, pero al estar en ese duermevela febril acabamos estudiando lo que
soñamos en cada tiritona.
Complejo
el mundo del sueño, pero lo que más me llama la atención son los sonidos. Los
de las pesadillas son horrorosos, porque a veces, el crujir de la ramita en el sueño, esa noche oscura y solitaria que ha creado tu subconsciente, después
de ver una película o de tener un mal día, se hace casi real, haciéndote abrir
los ojos, y dándote cuenta de que en realidad es que han arrastrado una silla en el
piso de abajo. Pero, ¿qué fue antes, la silla o la ramita? A lo mejor el
subconsciente nos retarda los sonidos, primero oímos la silla y él lo enlaza
con el crujido de nuestra pesadilla o quizá sea solo otra casualidad, como tantas de la vida.
Sin embargo me gusta pensar que lo que soñamos es el eco de lo que está siendo vivido, el eco de nuestra realidad. No solo en los sonidos de los sueños, si no en los olores, los sabores, los tactos, las sensaciones que soñamos y que algo tienen que ver con lo que anteriormente hemos vivido. Parece un intento de nuestra mente para agarrar las cosas importantes, o que creemos así, y que no las olvidemos. A veces, cuando despertamos y saboreamos unos segundos entre el sueño y la vigilia, vemos tan intrascendente lo que hemos soñado esa noche que lo apartamos inmediatamente de nuestra mente y lo olvidamos para siempre, pero quizá es que no nos damos cuenta, por no prestar la atención que merecen, de que los sueños nos hacen revivir momentos ya vividos, desde un punto de vista diferente, el de nuestro propio subconsciente, como cuando escuchas tu propia voz resonar en las montañas, nunca suena de la misma manera aunque lo parezca.
Bueno, bueno.
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