Estamos a mediados de Julio. Hace un calor sofocante pero es que encima hoy toca marcha. Nos ponemos la menor cantidad de ropa que podemos: un pantalón cortísimo y una camiseta de tirantes. Las botas son lo peor, te achicharran los pies. Empezamos a subir, chorreando, la cuesta arenosa, mientras el sol nos machaca la cabeza que, a pesar de gozar de la protección de la gorra, se nos va recalentando. Al fin hacemos un descansito. Nos sentamos al borde de un arroyuelo de por allí cerca y metemos los pies en el agua helada. Poco después nos llaman para darnos un pequeño tentempié. Un polo, nos dan un maravilloso e industrial polo de frutas. Está muy frío, lo sabemos por las caras de satisfacción de los compañeros. Vemos como la gente se lo va llevando a la boca mientras la cola se hace más corta. Cuando al fin nos lo dan nos sentimos en la gloria más absoluta.
Principios de Enero, no nieva pero poco le falta. Todo es quietud mientras bajo la cuesta con cuidado de no resbalarme con el hielo de las baldosas. Hace daño oler la noche de lo frío que está el aire. Me subo la bufanda hasta la nariz para respirar un poco más caliente. No siento las manos. Bueno, ni las manos ni los pies. Noto como se me cuela una rafagita de aire por la barriga, se me ha olvidado meterme la camiseta por dentro pero no pienso arriesgarme a sacar las manos de los bolsillos. Por fin llego a casa. Me recibe un delicioso calor de hogar. Con el abrigo puesto voy a la cocina y me caliento leche. Miel, canela, un chispirrín de nata y está listo. Me siento en una banqueta y mientras observo por la ventana el frío que deben estar pasando las farolas de mi calle me tomo mi taza de leche caliente con una felicidad extrema.
Reconozco que me gusta comer cosas ricas en el momento idóneo. Creo que es lo más gratificante que existe, culinariamente hablando. Me gusta casi tanto como tocar una obra. No una obra cualquiera, no, una obra de Bach.
Hace unos días me preguntaron que cuál era mi compositor favorito. Bueno, es una pregunta complicada, un solo compositor que sobresalga entre el resto... Bach, claro. "Y ¿por qué?" me preguntaron y yo le contesté: porque cuando toco Bach se me hace la boca agua.
¡Qué bonito eso de hacerse la boca agua con Bach! Es puro alimento placentero.
ResponderEliminarPues yo conozco no pocos pianistas que odian a Bach... Y no lo entiendo!!
ResponderEliminarPorque cuando toco la cantanta de Bach con la flauta travesera... también se me hace la boca a agua!
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