18.55 de la tarde. Vaya, llego pronto, cinco minutos antes de lo
previsto. Hay más gente esperando, van llegando. Qué vergüenza llegar los
primeros... a ver, saquemos todos el móvil para no concentrarnos los unos en
los otros. Imagínate qué liada si no tuviéramos pantallas en las que
sumergirnos en estas situaciones incómodas, ¿qué haríamos cuando esperásemos?
¿mirarnos? ¿hablar? ¿pensar un poco?
¿Qué hacíamos cuando no teníamos teléfonos y nos tocaba esperar
por haber llegado los primeros?
A lo largo de mi paseo hasta la plaza me fijé en grandes grupos de
amigos, imagino que serían, sentados alrededor de una mesa hablando... bueno
no, callados, cada uno mirando hacia abajo, con un aparatito que les iluminaba
el rostro. Seguro que estarían quedando con alguien, o hablando de algo
importante, no vamos a ser injustos, seguro que había una buena razón, pero es
curiosa la paradoja: quedas con alguien para, se entiende, hablar de algo
interesante, o de cosas que te importan y, cuando al fin tienes delante a esa
persona, decides que corre más prisa quedar con otra para hablar de otras cosas
importantes. Entramos así en un circulo vicioso absurdo y que se me antoja
bastante incomprensible; quedar con alguien para, mientras estás con esa
alguien, quedar con otro alguien, y cuando al fin estás con esa persona volver
a quedar con la anterior para repetir lo mismo. Al final siempre se queda pero
nunca se hablan esas cosas importantes.
Dos personas llegan al tiempo a la plaza. Ni siquiera se molestan
en mirar alrededor. "Qué mal voy a quedar, por dios, como una boba mirando
a ver si ha llegado o no mi cita... mejor que me busque ella". El joven es
inglés y la chica española, ambos sumergidos en su móvil. Han quedado para un
intercambio bilingüe, una conversación, han quedado para hablar, y solo me doy
cuenta cuando, un cuarto de hora después de haber llegado, los dos a la vez, a
la plaza, al chico se le ocurre, por una casualidad de la vida, levantar la
mirada y percatarse de que justo en frente hay una chica que parece esperar a
alguien. Vaya, quince minutos de interesante charla perdidos.
Me doy cuenta de que nos pone muy nerviosos esperar y que lo único
que nos alivia de ese pesar y esa vergüenza de llegar unos minutos antes, es
sumirnos en la luz divina y venerada de nuestros smartphones. ¿Podemos recordar lo que hacíamos cuando esperábamos? ¿Nos poníamos igual de nerviosos sabiendo que estábamos solos, porque aún no había llegado nuestra cita, pero a la vez estando rodeados de gente?
El ser humano tiene miedo de estar solo pero no sabe vivir en sociedad.
A lo mejor en vez de sumergirnos en pantallas podríamos hacerlo en libretas, e incluso quizá resultáramos más interesantes.
"El ser humano tiene miedo de estar solo pero no sabe vivir en sociedad".
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