Según Gottfried Leibniz la música es el placer que experimenta la mente humana al contar sin darse cuenta de que está contando.
Esas mariposas que incomprensiblemente nacen en el estómago al escuchar una obra que te guste, tu canción de rock favorita o sencillamente los acordes de un violín, esas mariposas son la vida.
Por muchas cosas que pueda, esta es una de las que la ciencia no puede explicar.
Simplemente se siente, te hace llorar, reír, recordar. Vuelas al escuchar música, vives, eres el ser más vivo del mundo. ¿Por qué? bueno, no voy a saber explicarlo, pero lo que sí sé es que dentro del violín, un poco a la izquierda de su caja de resonancia, se dispone perpendicularmente una pequeña barra cilíndrica de madera. Este palito se encarga de darle el mejor sonido al instrumento. Con moverlo tan solo unas décimas de milímetro su sonido sería completamente distinto. Quizá cambiarían las sensaciones al escucharlo, quizá los acordes llamarían más a las lágrimas que a las risas o quizá no sentiríamos nada.
Con las almas de las personas pasa lo mismo, son las que hacen sentir, las que te provocan rechazo o afinidad hacia el resto de la gente.
A lo mejor si no te cae bien alguien es porque no te gusta la posición de su alma. Y lo más gracioso de todo es que el palito del que hablaba antes, colocado como si de un corazón se tratara, dentro de la caja de madera del violín, se llama alma. Y esta sí es inmortal.
Hacer sonar el alma y saberla escuchar, eso debería ser la vida...y el arte.
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