"El síndrome de Stendhal (también denominado Síndrome de Florencia o "estrés del viajero") es una enfermermedad psicosomática que causa un elevado ritmo cardiaco, confusión, temblor, palpitaciones, depresión e incluso alucinaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando
éstas son particularmente bellas o están en gran número en un
mismo lugar.
Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el
síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción
romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce
artístico".
Al sentir el frío de las baldosas en tus pies descalzos mientras, al
bostezar, sientes como el aliento de la aurora te besa la boca, y
contemplas las primeras luces del día veladas por una luna afiladísima,
que corta el cielo y el siempre fiel compañero del alba, el planeta
Venus.
Al pasear por el paseo marítimo y ver como olas enormes se esfuerzan por mojarte trepando por el muro, cuando su espuma blanca lame con avidez cada piedra impregnada de salitre y tú, valiente de ti, te asomas a la barandilla y te salpica la sal marina y el más puro olor a libertad.
Al alcanzar, sudorosa y llena de barro hasta las rodillas la cima del monte que llevas subiendo todo el día y contemplar desde allí toda la cordillera en un perfecto ángulo de 180º, darte cuenta de la redondez del mundo en el que vives, rozar las nubes.
Al bajar una cuesta con la bici mientras la lluvia te da en la cara
con toda la fuerza que puede y ver como las ondas del río reflejan las
nubes de tormenta lo más fielmente posible, desafiándote a rendirte,
acorralándote entre el cielo y el agua, y tener la certeza de que no vas
a hacerlo.
Al respirar el olor a humus mientras crujen las hojas más secas bajo tus pies y contemplas un río que, escondido en la niebla de la tarde, deja a las nubes más tardías mirarse en un reflejo que amenaza con fundirse en el frío y congelarse definitivamente.
Al levantar la vista y descubrir un cielo de invierno despejado, donde solo caben el frío y las estrellas, que parecen querer llamar la atención más que nunca, encontrar una constelación que logre hablarte y sobre todo, a la que consigas entender.
Hace poco mi madre me habló de una novela que estaba leyendo sobre dos policías con una personalidad muy peculiar. Uno de ellos tenía por costumbre ir a la vera del río Sena cuando el tiempo predecía tormenta. Llegaba allí y abría los brazos mirando al cielo, esperando a que llegase. Cuando al fin estallaba, permanecía allí, bajo rayos y truenos, y dejando que la lluvia le empapara entero, y todo porque en ese momento se sentía superior, superior al resto del mundo. "Si todas las personas se sintieran así de superiores con tan poco -decía- seguramente no les haría falta cometer delitos ni matar a nadie".
Mis Stendhales no son depresiones ni alucinaciones, en todo caso sí quizá temblores y algo de confusión. Una sensación de superioridad frente al resto del mundo, sin ánimo de pisoteamiento ni competitividad, sino de elevación repentina y de llanto alegre. El momento exacto en el que el sol pinta las nubes de naranja, les da un baño dorado y las tiende en el cielo crepuscular durante unos minutos contados, tras los cuales, recoge ese soplo de color y las nubes retoman de nuevo su solitario gris ceniciento. Esos minutos en los que las
pupilas se inundan de algo extraordinario, eso, es a lo que llamo yo Stendhal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario