15 may 2012

El amor de los lunares

Nada de lo que es perfecto resulta interesante.
Siempre se necesita un lunar para que alguien se fije en el conjunto.



Nunca he confiado en la perfección. De hecho creo que cuando decimos que algo es perfecto, nos referimos a las imperfecciones que nos gustan.
Un día conocí a una chica que tenía muchos lunares. Se llamaba Maguie y era una chica de lo más normal. No, a ver, a ver, ¿normal? no, nadie es normal. Bueno, vuelvo a empezar.
Se llamaba Maguie y era una chica de lo más especial. Tenía los ojos verde campo y el pelo liso. Era una persona buena. Sí, buena. ¿Buena? Qué simple. Sí simple, ponte tú a ser buena persona.
En fin, resulta que esta chica nunca se había enamorado, de hecho estaba completamente segura de que nadie se fijaría nunca en ella. Y un buen día se enamoró.
Lo gracioso fue que aquel chico sí que se fijó en ella. Empezando por el lunar de su mano derecha.
A lo mejor lo que hacía falta era que ella se enamorara.

Soneto lunar

En su piel habitaban las estrellas
dando luz y calor a su figura.
Trenzaron la alegría y la ternura
y brotaron en cuerpo de centellas.

Con sus constelaciones, las más bellas,
lograban acallar la desventura
repartiendo racimos de dulzura
al corazón que se fijase en ellas.

En la Tierra no tienen importancia,
no se encuentran en todos los lugares,
pues se cree que carecen de elegancia.

Sin embargo, como rayos solares,
esquivan fácilmente la distancia.
Son seres de la luna sus lunares.

                                  Ali


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