Paseamos por la calle, todo está atestado de gente camino de los museos, los bares, los metros... Una niña con un lacito en la cabeza camina delante nuestro de la mano de su elegante mamá.
La acera es estrecha, inevitable tropezar con un pie descalzo y sucio de alguien que duerme en la calle.
"¿Por qué no lleva zapatos?" La madre obvia la pregunta de su hija y le responde cualquier cosa mientras cruza la calle. "Ya mamá, pero, ¿por qué no lleva zapatos?" vuelvo a oír.
Delante de una foto una niña pequeña mira una mujer triste con un niño famélico llorando en sus brazos. La niña los mira con ojos grandes. Su madre la sostiene entre los brazos mientras observa también la imagen. De repente surge la pregunta:
- ¿Por qué llora el niño, mamá?
La mujer mira a su hija. Qué difícil es contestar a esos ojos tan llenos de curiosidad.
-Porque tiene hambre.-le contesta al fin. Pero la retaíla de preguntas no ha hecho más que empezar.
-Y ¿por qué tiene hambre?
-Porque su mamá no le da de comer.
-Y ¿por qué no?
-Porque no tiene nada.
-Y ¿por qué no tiene nada?
-Porque es pobre.
-Y ¿por qué es pobre, mamá?
Y así, el ser más inocente del mundo se encuentra cuestionando a su madre sobre el problema mundial. Una pregunta que ninguna madre sabría contestar a su hija de cuatro años.
Todos pasamos por esa edad. La edad en la que nos volvemos curiosos y en la que queremos saberlo todo. Pasados esos años, volvemos a ser personas a las que solo nos interesa lo que nos incumbre y solo nos preocupamos por lo justo. No. Ojalá nos preocupáramos por lo que es realmente justo, pero la edad del "y por qué" es demasiado corta y, en esta sociedad, los niños crecen cada vez más deprisa.
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