Hoy al acabar de cenar quise hacerme un vaso de leche. Fui al armario y había tres tazas, lo que quería decir que el lavaplatos estaba limpio y que habría que recogerlo..., bueno, entre esas tazas estaba mi taza de vaca. No me lo pensé, nada más verla me di la vuelta y cogí una del lavavajillas. "No la uso porque se gasta" me encuentro pensando. Mira qué cosas más curiosas tenemos a veces los humanos, tenemos como una taza preferida que no queremos gastar.
(¿Apreciaréis que está temblequeando?, un pequeño detalle, supongo...)
Me hace mucha gracia cuando en casa de Rocío cada uno tiene su vaso. "Ni se te ocurra coger el de mi hermana", me dice. Desde luego no me atrevo porque la última vez que lo cogí, Leire se sentó a la mesa y dijo: "Quién tiene mi vaso..." y su tono no inspiraba mucha calma.
Rocío se ríe de mí, porque, evidentemente, no distingo de vasos y siempre cojo el que no me pertenece.
Sin embargo, esto no solo pasa con los vasos. La mesita de noche de su padre tiene unos cuantos trastos encima, como toda mesita de noche que se precie, total que el hombre es capaz de averiguar si has movido de sitio la más mínima mota de polvo. Como soy muy hábil un día se me cayó encima el cable del ordenador. Rocío se escandalizó. "Ya lo descolocaste, ya verás, lo va a notar..."
Como parecía nerviosa yo intenté tragarme la risa.
Pero bueno, a lo que voy es que me sorprende que guardemos cierta manía o cierto cariño a determinados objetos de lo más cotidiano. ¿Nunca os habéis preguntado qué salvaríais de la casa si hubiera un incendio? Llamarme rara pero yo sí. El violín, a Ribucio, quizá a mi taza... Pero cada vez se te van ocurriendo más cosas y te das cuenta de que no te caben en los brazos.
Luego están también las cosas a las que guardas cariño por lo que han durado y por el enorme uso que le has dado.
No quiero hacer publicidad subliminal pero mis cucharas amarillas de Blevit siempre me encantaron. Hasta en la ESO seguía merendando con ellas. Me acuerdo de la desolación que sentí cuando mi madre me dijo que se había roto la última. Todos le teníamos mucho aprecio, así que pegamos los dos pedazos con Superglue, y aunque no he vuelto a usarla para comer, al menos la conservo.
Ahora es ese adorno del recuerdo que se guarda en la memoria.
Si lo que más quieres no te cabe en los brazos, quieres con generosidad.
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